Tiempo

El tiempo es mi mejor amigo y mi peor enemigo. El tiempo ambiguo del esquizofrénico, el tiempo que fumas, el tiempo que soñamos, el tiempo viajado, el tiempo obsesivo felizmente vivido por un servidor y otros más; el tiempo otorga el valor… valor para hablar de comics, de ideas, de “absurdos delirantes”, de parodia, de cine, de intentos, de música, del fin del mundo, de playas vírgenes ochenteras suicidas. En fin, el tiempo es quien definirá este rollo que hoy mismo inicia e incita a la banda a que lo visite, lo juzgue, lo ame, lo odie o las dos cosas. La pertenencia digital me quitaba el sueño.

jueves, 26 de enero de 2012

Camaleón




Un día como cualquier otro -al menos en eso se habían convertido mis días- me levanté de la cama. Esto me requirió un dantesco esfuerzo, entré en una anomía, perdí toda voluntad y significado de las cosas, de las palabras, de los rostros; cómo no perderles si no sabía ya quién era.
Trabajé durante catorce años en el llamado servicio secreto, tres años pasaron de mi graduación de la academia para mi ascenso al servicio. Uno de mis maestros durante esa gloriosa temporada notó mi asiduo esfuerzo y participación en las clases, reconoció y vislumbró mi capacidad de análisis, aunado a lo que él llamaba el “efecto camaleón”; me explicó que ese término lo acuñó en uno de los cursos recibidos por un ex agente del servicio secreto irlandés “Dícese de la capacidad de un individuo para poder mimetizarse en –y sobre- cualquier circunstancia”. Dicha concepción podría ser muy relativa, si lo tomase de un ángulo clínico podría ser la condición de un individuo despersonalizado, o en definiciones menos gratas e introspectivas: el individuo que existe a partir de las personalidades, circunstancias y rostros de otros. Sin pensarlo me adherí a la primera, mera conveniencia profesional, y sí, de existencia.
Mi primer caso ya como agente fue mi infiltración en una revuelta estudiantil, básicamente era la resolución de un puesto en la rectoría de una Universidad pública del sur. Se exponía la veracidad moral de uno de los postulados, éste encabezaba las encuestas, se le acusaba de dos hechos: franqueaba un partido político no conveniente en la “autonomía” de la Universidad, el otro detalle fue el efecto disolvente de su casi solidificado triunfo, sodomización al menos de cinco estudiantes de diversas Facultades. Mi inclusión fue como estudiante, homosexual. Muchas de mis técnicas podían juzgarse de excéntricas, mas nadie discutía los resultados de mis métodos. Este caso se resolvió en la cama del Doctor Huriarte, encañonado y esposado, así como una fractura expuesta de clavícula; tardé una semana para desprenderme de los amaneramientos y de la tonalidad de una voz aguda.
Otra tarea asignada años después fue aquella en donde tuve que seducir a una Madame Filipina, aún paradójico pareciera ella era líder de una célula de tratantes de blancas. La mujer era sumamente suspicaz, oficialmente desconfiada de todo guiño o efecto de seducción. La transformación de un proxeneta me llevó tres meses, pasé días enteros en las zonas rojas de la ciudad, mis convivencias y relaciones sociales se definieron en calles llenas de putas, traficantes y transexuales. Adquirí el argot y las manías de todos ellos. Al paso de esos tres meses la mujer se interesó en mí, en primera instancia para incluirme en su equipo de trabajo, el segundo paso lo gané al redituar ganancias favorables en su organización. Ganaba espacio y aceptación, iba perdiendo sentido de quién se supone que era, en un mes no respondí el teléfono, llamadas de mis superiores; lo justifiqué argumentando discreción del caso y denotación de fiabilidad, “será mejor que no me llamen, podemos poner en riesgo la operación, casi la tenemos…” Aceptaron mis condiciones, pasaron dos meses. En realidad iba olvidando quién era, comenzaba a respirar y a sentir en la armadura de este chulo; aquí yace una de las ganancias existenciales de mi trabajo, realizar y hacer lo que no podría hacer en mi persona. Otro infiltrado me encontró en una de las residencias de las Madame “Tienes una semana para destapar y entregar a esta puta asiática”. Así lo hice, una noche estando en la piscina con ella recordé quién era. Le dije que me esperara, que serviría algo para ambos. Regresé, ya no en traje de baño, sino en mi traje gris de solapa delgada, le disparé a la cabeza, limpié la cacha del arma y la coloqué en su mano. Una nota suicida en letra idéntica dejé en la mesita de las bebidas; de esa mujer comenzaba también a adherirme. No hubo inconveniente alguno con los guardaespaldas, fungía como jefe de armas, les había dado el día “La señora no quiere ser molestada, queda bajo mi entera protección, diviértanse”- les dije.
Fui suspendido por seis meses por incumplimiento de órdenes y el asesinato de la Madame. El psiquiatra del servicio describió en un reporte: fatiga excesiva, inadecuación para acatar cualquier tarea asignada, inestabilidad emocional permanente. En cierta medida su reporte fue benevolente. El verdadero castigo lo viviría en los días venideros. Durante esos seis meses vino una tortuosa confusión. En las mañanas pasaba horas observando mis identificaciones oficiales, me hacía preguntas inverosímiles como: “¿En realidad seré yo? ¿Pero cuándo hice esto? ¿Cómo que no nos parecemos? ¿Y si no soy yo?” El resto de los días salía a la calle sintiéndome desdibujado, me preocupaba en demasía que la gente no me notara, así que opté por salir con vestimentas más llamativas, ajá, excéntricas. Y como no sentía satisfacción, pertenencia, comencé a maquillarme, a recortarme el cabello, peinarme de distintas formas; mi casa estaba llena de pelucas, bigotes, bisuterías, nada lo lograba. Una noche en tremenda desesperación me afeité toda la cabeza, el rostro, me rasuré las cejas, las piernas y el pubis, me paré ante un espejo y allí me quedé todo el día y la noche observándome. Terminé por dispararle al espejo, no hallaba respuestas de quién era.
Han pasado los seis meses de la suspensión, no volvieron a comunicarse conmigo. No necesito de ellos, pensé. Tengo el mejor de los casos aquí mismo, aquí adentro en mi cabeza; hoy inicio esta diligencia, averiguaré de una vez por todas quién soy. ¿Por dónde comienzo? Claro, el arma.

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