Tiempo

El tiempo es mi mejor amigo y mi peor enemigo. El tiempo ambiguo del esquizofrénico, el tiempo que fumas, el tiempo que soñamos, el tiempo viajado, el tiempo obsesivo felizmente vivido por un servidor y otros más; el tiempo otorga el valor… valor para hablar de comics, de ideas, de “absurdos delirantes”, de parodia, de cine, de intentos, de música, del fin del mundo, de playas vírgenes ochenteras suicidas. En fin, el tiempo es quien definirá este rollo que hoy mismo inicia e incita a la banda a que lo visite, lo juzgue, lo ame, lo odie o las dos cosas. La pertenencia digital me quitaba el sueño.

miércoles, 11 de enero de 2012

Breve anatomía anímica felina



Curiosidad, erogeneidad y orgullo
Le llamó llorando, no eran más de las ocho de la noche, la gata no acostumbraba a salirse del departamento. Desde pequeña ella la había acostumbrado a vivir en las dos recámaras (la segunda que ella ocasionalmente rentaba o prestaba), la sala-comedor-cocina (todo en un espacio de 2x3), el baño y el balcón en donde estaba ubicada su caja de arena. Muchas veces él pensó que ella definió una personalidad de un infante en la gata (él disfrutó y cooperó en ello); extinguió en su totalidad el instinto del felino, al menos eso creía la pareja.
-La gata no está, ya la busqué y no está. Se perdió, mi niña se perdió – dijo ella entre sollozos, apenas él entraba al departamento.
-¿Estás segura? ¿Ya buscaste bien…? –Él quería creer que la gata estaba por allí, escondida, quería también parar el llorar de ella, el deshinchar sus ojos que los lagrimares inflamaron a un punto crítico. Se puso a buscar de inmediato en el mini-espacio.
Así le abrazó durante tres días, puesto que la gata no aparecía. Algunos postes de luz de la cuadra se llenaron con la copias de una fotografía de la gata “Se busca, se recompensará a quien dé informes” decían los diez juegos de copias. Desconsolados entre las ocho de la noche regresaron al departamento. Él iba por más pañuelos para secar las lagrimas ya no sólo de ella, sino de igual forma las de él -lo hacía a escondidas- sentía que de hacerlo en su presencia le robaría el último aliento de esperanza de que la gata regresase. Le dolía, le molían ambas cosas, el sufrimiento de ella y la ausencia de su gata.
-… ¿Escuchaste? –Dijo ella, parando en seco su llanto y comunicando con sus manos que todo callará, algo escuchó y tenía que ver con la gata.
-Sí, parecen unos gatos apareándose… ¿Tú crees qué pueda ser ella? –Dubitativo pero en una entonación gustosa respondió él para luego preguntar.
Los sonidos venían de la ventana del cuarto que en ese momento no estaba ni rentado ni prestado, saltaron ambos de las sillas del comedor en donde minutos antes se encontraban lamentándose. Él se asomó primero, viendo entre el marco de la ventaba una silueta gatuna correr. Es demasiada grande para ser su gata. No quiso decirle nada ella, no le desanimaría, no le rompería más el corazón.
-¿Qué viste? ¿Es ella? –Sin lágrimas y en una combinación entre expectativa y desmoralización precipitada le preguntó.
-No. No es ella corazón –Fue firme, lo consideró en segundos y no era capaz de dar falsas expectativas. Tenían que empezar considerar la resignación, la pérdida.
El cuarto se irradió de una tristeza casi tangible, los ojos de ambos comenzaban a entrar en ese temblor que antecede a un largo llanto cuando de pronto… ella escuchó el maullar irreconocible de su gata, ese maullido entre melancólico y erótico, sí, una combinación así de extraña hacía que esta gata fuese más que particular.
-Amor, los maullidos, vienen del taller de aquí junto ¡Allí está, escúchala! ¡La encontramos, la encontramos! ¡Ve por ella! – Conmocionada en alegría al instante del reconocimiento –único- del maullido de su gata envió a él a la búsqueda. El lugar, el taller mecánico.
Entre los muchos inconvenientes del rescate se encontraba el acceso, el taller estaba cerrado, además de que existía la no tan remota posibilidad de que algún perro cuidara el taller por las noches. Esto no impidió que él se saltara el portón mientras que ella desde abajo lo animaba “tú puedes corazón, hazlo por ella, hazlo por mí, por nosotros”. Saltó al interior, las maullidos se escuchaban más cercanos, no olvidaba la gran posibilidad de la presencia de un perro vigilante; afortunadamente no fue así. La gata estaba debajo de un Dart 89, cubierta de aceite y al parecer sumamente asustada, dado que cuando él le llamó cariñosamente por su nombre al mismo tiempo que ponía sus manos sobre su pelaje la gata corrió debajo de un Topaz. Ella gritaba afuera del taller si todo iba bien allá dentro. Él de las tres veces que le gritó le escuchó sólo una vez, respondiendo “ya casi, ya casi”. Hubiese preferido que se callara, lo ponía muy nervioso.
Al paso de una hora y de manera increíble llevando a la gata en el brazo izquierdo escaló de nueva cuenta el portón, al entregarla la gata a ella, la primera respondió en un zarpazo en la mano de él, herida no profunda pero si dolorosa, y trágica en consecuencia.
El zarpazo y la sonrisa de ella del otro lado del portón son razón total para dejarles a ambas. Él perdió el equilibrio, no sin antes entregarle la gata. La caída fue fatal, cayó su frontal directo en el cemento, el cuerpo sin vida quedó adentro del taller.Ella ahora mira desde la misma ventana en dirección al taller, acariciando el lomo de un pequeño gato hijo de aquella gata casi perdida; ella recuerda con orgullo a sus dos vidas, desafortunadamente las bolsas de sus ojos siguieron hinchadas.


Misticismo y divinidad (BAST)
“… cuando le temes al peligro muerde” es lo último que leyó Fernanda para después quedarse dormida con el suplemento cultural de La Jornada en su pecho, al menos estaba en su cama. Al ir profundizando en los sueños el lugar dónde te quedes dormida (o) es lo de menos. Esa noche Fernanda tuvo un extraño sueño (decir en ocasiones esto lo hace parecer un pleonasmo, los sueños son extraños y punto). Describe Fernanda en su sueño que en su mano izquierda sólo existían cuatro dedos y que sus yemas eran ocupadas por unas gomas suaves y rosadas, una de las gomas salpicadas por pecas cafés. Su nueva mano le permitía sentir las cosas de manera distinta, es como si por primera vez tocará todo nos dice, debe ser fabuloso le decía un voz de un hombre en el sueño que hasta ese momento no tenía una forma ni un lugar de origen. Fernanda por tanto soñó que tocaba el agua por primera vez, y hubo una primera vez también para sentir el calor, otra más para sentir el pasto verde, indescriptible nos dijo. La voz no dejó de acompañarle, es extraño (esto es realmente extraño) saber que una voz te acompaña sin escucharle, y Fernanda se decía:
-no hablo de esas cosas pesadas de la voz interior.
Fernanda y su nueva mano quisieron sentir por primera vez la corteza de un árbol, la sensación como las anteriores fue indescriptible, sólo que en esta ocasión unas uñas curvas, cuatro, salieron por debajo de sus gomitas, sintió la terrible y excitante necesidad de rasgar la corteza.
-Imagino que debe ser fantástico, ajá, la sensación que te provoca hacer eso -dijo la voz
Fernanda continuó afilando sus uñas en el árbol ignorando la voz. La voz repitió la misma frase
-Imagino que debe ser fantástico, ajá, la sensación que te provoca hacer eso -dijo la voz
Fernanda en este momento dejo de ignorar la voz, le escuchaba más cerca. Sus nuevas garras no dejaban de escarbar la corteza, la corteza al ser desgastada iba moldeando un orificio, en el cual comenzó a escuchar sonidos como si alguien estuviese atragantándose; del orificio se moldeaban unas encías de las cuales brotaban unos dientes, dientes que mordieron ferozmente la mano de Fernanda. Despertó.
Estaba en un hospital con la mano izquierda vendada, colgada a lado de la cama. Respiraba aceleradamente, su respiración se iba reacomodando a su ritmo cardiaco, el mal sueño había terminado. Unas punzadas vinieron a la mano, y de nuevo esa sensación de una voz que no escuchas, la punzada se convirtió en un apretón, en un jalón, en desgarre. Logró mover su cuerpo, necesitaba saber que mordía su mano, algo debajo de la cama. Un hombre sin edad, sin voz, apretaba con sus dientes grandes y fuertes la mano izquierda de Fernanda. No podía hacer nada.-No podía hacer nada –le dijo el hombre sin dejar de morderle la mano (otro dato extraño).
Entre lágrimas y desesperación Fernanda decidió voltear a otro lado, el otro lado en ese instante fue la ventana, y atrás de la ventana la luna roja y de su luz un gato pardo. El dolor se esfumó, de hecho pareció nunca haber estado allí, una sensación de frescura, humedad, algo que curaba las heridas.
Entre parpadeos lentos, Fernanda observa lo que parecía una nube blanca muy cerca de su mano; al estar ya casi despierta nota a su gata de angora (a la cual no deja subir a su cama) quien lame delicadamente su mano izquierda. Fernanda la jala hacía ella para luego abrazarla y besarla.


When I went down, my girlfriends house.
And I sat down, lord, on her front step.
And she said a, come in now Jimi.
My husband just now left, just now left.
Ohh yeah, ohh yeah, ohh yeah, ohh yeah.

Catfish Blues, Jimi Hendrix

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