Tiempo

El tiempo es mi mejor amigo y mi peor enemigo. El tiempo ambiguo del esquizofrénico, el tiempo que fumas, el tiempo que soñamos, el tiempo viajado, el tiempo obsesivo felizmente vivido por un servidor y otros más; el tiempo otorga el valor… valor para hablar de comics, de ideas, de “absurdos delirantes”, de parodia, de cine, de intentos, de música, del fin del mundo, de playas vírgenes ochenteras suicidas. En fin, el tiempo es quien definirá este rollo que hoy mismo inicia e incita a la banda a que lo visite, lo juzgue, lo ame, lo odie o las dos cosas. La pertenencia digital me quitaba el sueño.

miércoles, 13 de junio de 2012

Secuencia




“Hamlet.- Si el sol engendra gusanos en un perro muerto, y aunque es un dios, alumbra benigno con sus rayos a un  cadáver corrupto…”
Hamlet, Shakespeare.

Ayer maté un pulga de mi gata, la muy cabrona succionaba en desmedida la sangre de mi lindo felino; esto lo venía haciendo por generaciones, esta pulga falaz que aun tengo atorada en mi uña es quizá la heredera de la primera pulga que se asentó en el cuerpo de mi mascota. Hace años de esto, mi gata tiene casi 12 años, longeva lo sé. El baño en la veterinaria fue inútil inversión.
Hoy un fue día terrible para mí en la veterinaria, tuve que sacrificar a un cachorro; estuvo durante un mes en la clínica, desde su nacimiento presentó una insuficiencia cardiovascular. Tuve a mal engañarme que sobreviviría, que pasadas las semanas le podría intervenir, bien sabía que el caso estaba perdido, sin embargo me encariñé, me empeciné. Me recordaba a un perro que tuve en la infancia, como éste, fue pequeño y enfermizo al nacer, le cuidé mucho. En su caja de zapatos, a escondidas de mi papá, le metía a mi recamara; si hacia muchos frio me lo llevaba a la cama, aunque luego amanecía mojado de la espalda.  Diez años estuvo con nosotros, el enterarme de donde terminó al morir me llenó de rabia para con mi padre. Se le hizo tan sencillo meterle en una bolsa de basura, entre las naranjas del juego de la mañana y los papeles del baño. No se lo perdoné en años, en sí no estoy del todo seguro de haberlo perdonado… tal vez esa fue una de mis razones de afianzarme tanto con este pobre animal que hoy sacrifiqué, pero que a diferencia de mi padre entierro aquí, en el jardín, a un lado de la cochera. Ojalá mi padre hubiera hecho lo mismo, y de haber sido, acto seguido, que no hubiera desaparecido, que no se hubiese ido.
Allí mi hijo sepultando otra más de sus animales, en efecto ese jardín es cementerio de mascotas. Pobre, siempre se encariña demasiado con sus animales. Pero el único responsable de conducta tan extraña es su padre, desgraciado hombre. Cómo pudo hacernos tanto daño, provocarnos tanto dolor. Aquello del perro en la bolsa de basura es mínimo comparado con el resto de cosas que tuvo a desgracia infligirnos; repetidas ocasiones le descubrí lastimando a las mascotas de mis hijos, sobre todo las de él, hasta ahora no entiendo por qué le aborrecía de esa manera, si era su vivo retrato. Lo peor fue cuando encontré aquellas fotos, las escondía en el viejo horno de microondas que según algún día repararía, estaban justo en el motor del plato giratorio, en una bolsita amarilla, fotos de niñas desnudas tocándole, y en otras posiciones que de sólo recordarles me llevan a querer vomitar, me llevan a querer enterrarle las uñas en los ojos, me llevan a querer meterle otra vez el cuchillo en la garganta. Verle allí tirado junto a su amada caja de herramientas, gimiendo, borboteándole la sangre. Desgraciado. Lo más difícil fue sacar su cuerpo, y aun más difícil fue cavar ese hoyo en el jardín. Allí es donde debías descansar, entre animales.
Una hormiga carga una hoja, es una hoja con tres agujeros, esto no es efecto de muerte celular en la planta, se nota que fue carcomida por otros insectos, al final fue abandonada y esta afortunada le encontró. Pasa cerca del zapato del veterinario, éste pega con la pala en la tierra, dándole firmeza, cubriendo. La hormiga esquiva hábilmente, no suelta la hoja, prosigue en su andanza. Del lado de la tierra recién movida salta un arácnido, es repulsivo, verde, mimetizado entre los pastos, es imposible que la hormiga le vea, le atrapa de la cabeza. La hoja queda abandonada entre la tierra. La araña avanza rápidamente con su alimento, sala del área verde, trepa fácilmente un cobertizo, arrastra con destreza el cadáver de la hormiga. Baja rápidamente del cobertizo, llega a una  acera  para de inmediato explotar al ser aplastada por el pie de un sujeto que en ese momento por allí pasaba. El tipo ahora lleva en la suela de su zapato algunas patas y parte del abdomen del arácnido.
Ve la hora, voltea en ambas direcciones, a quien espera parece no llegar. Vuelve a observar su reloj, apenas unos minutos de la última vez que lo hizo. Decide esperar en otro lugar, en segundos se arrepiente, el punto de encuentro sería ahí, le dijeron claramente que no debía moverse por ningún motivo de ese lugar.  Decide matar el tiempo contando los coches que pasan por esa poca transitada calle, se arrepiente de no haber traído su Game Boy. Un camarada se lo obsequió “para cuando tengas que esperar de más, para cuando tengas que matar el tiempo”  le había dicho. Un auto llegó, se paró justo a un costado de él, una voz le dijo sube. De inmediato la misma voz cambió de parecer “límpiate las suelas, no quiero que llenes de mierda mi auto”. El sujeto obedeció, en el bordo de la banqueta dejó una plasta viscosa, entre lo que parecían partes de algún insecto. Subió y el auto dispuso su marcha, para treinta metros más adelante detenerse de nuevo;  del auto fue arrojado un cuerpo, era el mismo sujeto que minutos antes limpió las suelas de sus zapatos. Tenía un tiro -limpio- en la sien, y una nota pegada en la espalda que decía: “Para matar, antes se tiene que autorizar. Los perros traidores, los verdaderos animales, descansan a la intemperie”.

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