Tiempo

El tiempo es mi mejor amigo y mi peor enemigo. El tiempo ambiguo del esquizofrénico, el tiempo que fumas, el tiempo que soñamos, el tiempo viajado, el tiempo obsesivo felizmente vivido por un servidor y otros más; el tiempo otorga el valor… valor para hablar de comics, de ideas, de “absurdos delirantes”, de parodia, de cine, de intentos, de música, del fin del mundo, de playas vírgenes ochenteras suicidas. En fin, el tiempo es quien definirá este rollo que hoy mismo inicia e incita a la banda a que lo visite, lo juzgue, lo ame, lo odie o las dos cosas. La pertenencia digital me quitaba el sueño.

lunes, 29 de agosto de 2011

La Vieja Nina




Es la casa más peculiar en el caminito de piedras que te lleva a la pila de donde toma el agua la gente, rodeada entre hierbas y plantas. La casa era de pura piedra maciza, viejísima me imagino, de techo alto, de teja; dos puertas, por lo regular en el día siempre abiertas. Una ventana grande desde donde se puede ver el piso de cemento empastado en un color verde ya muy gastado. La silla tejida y los costales de maíz, frijol, junto la única recamara: su cama y la cobija de lana. No hay imágenes religiosas, la habitante aquí cree en otras cosas. Aunque en la cocina donde está la abuela Nina hay un calendario con la imagen de la virgen; la leña, la estufa y el combustible ardiendo, una ventana y una puerta son por donde sale el humo, negrísimas las paredes. La mesa y una silla, un plato (el único), la abuela pocas veces tiene visita. La abuela Nina siempre trae ese vestido sucio, no le he visto con otro qué yo recuerde. Se le ensucia de tierra cuando sale a cortar el epazote. Nina tiene muchas plantas, las hierbas y los árboles son su jardín.

La vieja Nina como le decía el pueblo se peina el pelo negro, brilloso, no tiene canas; su cara es muy arrugada, sus facciones son arrugas, sabes que es una cara cuando habla (poco lo hace) o parpadea. Una edad difícil de calcular. Nina visita el pueblo sólo para ir al molino, a su regreso se le ve pasar llevando en cada mano dos cubetas llenas de masa negra. Nadie le ayuda, los pies negros y partidos siempre parecieron ser resistentes.- Es fuerte la vieja Nina- Decía Otilio en compañía de los trabajadores al verla pasar llevando sus dos cubetas pesadas. Otilio era el jefe de los peones de unas parcelas, las más grandes del pueblo; desde niño trabajó la tierra. Nina le daba tacos de manteca y sal cuando Otilio iba a la pila por agua. No le hablaba, nomas le estiraba la mano ofreciéndole el taco. Otilio parece haberlo olvidado, la ve mientras le da el sorbo al aguardiente. Son las seis de la tarde, le propone a los compañeros ir de cacería el domingo en la mañana. –Tengo ganas de comer una bestia del campo, que sepa a hierba y tierra, de carne fresquecita- les dijo Otilio a los trabajadores que asentaban mientras el aguardiente se acababa. Susana, la vecina de la abuela Nina, no la volvió a ver jamás después de ese domingo, lo único que recordaba era la figura de Nina adentrándose al campo muy de mañana.

El domingo Otilio se encontró con los muchachos, en las primeras horas del día subieron el cerro; si bien su propósito era ir de cacería Otilio no les decía específicamente qué cazarían. –Un tlacuache, me dijo mi compadre Rubén que por esta zona se ha visto uno muy grande, de pelaje negro, brilloso. Dice que él lo vio- Sin que se lo preguntasen les mencionó Otilio a los hombres quienes iban cargados de escopetas y trampas; no olvidando una garrafa al tope de aguardiente y un recaudo para el guisado. -¿A qué saben esos animales? No los he comido- decía uno de los peones, otro más comentó que debían saber asquerosos -esos animales son ratas grandes-. Sabrosa, la carne dicen es muy sabrosa, al decir esto Otilio logró callarlos. No importaba que estuvieran de cacería, seguía siendo su patrón y el grupo obedecía. No tardaron mucho para encontrar la presa. El más joven de ellos sintió el golpe de unas ramas en su pierna, gritó que algo pasó junto a él, “un tlacuache”, todos lograron ver al animal mientras éste corría entre las yerbas, el pelo negro le brillaba, la luz del día lo hizo más visible, fácil de atrapar. Nadie disparó, se dispersaron, solo Otilio le siguió, el resto le cerraría el paso. El animal asustado venía de regreso sin darse cuenta a topar en los pies de Otilio. No le disparó, desfundó el machete y se lo metió en el pescuezo, el animal se retorció en sus pies hasta morir. En efecto se trataba de un animal ominoso parecido a una enorme rata, Otilio sacó el machete del pescuezo y ordenó a dos hombres levantasen el cuerpo; buscaron un lugar para cocinarlo y celebrar. Otra cosa no dicha por Otilio es que aparte de comerlo deseaba mucho la piel de ese animal, su casa estaba repleta de pelajes, cueros de animales cazados. Comenzó a desollarlo, mientras unos hacían la fogata, otros cortaban los chiles, tomates y cebollas; el joven servía el aguardiente. La mano de Otilio cubierta de sangre se agitaba pidiendo su trago. El animal sólo en músculo fue cortado primero de la extremidades, en el corte de las patas traseras Otilio se dio cuenta que se trataba de una hembra. Metió el cuchillo en la panza, en un corte sacó todas las tripas, la menudencia y las echó atrás de unos arbustos. Le degolló para luego meter los pedazos de carne en dos cazuelas, el animal no cupo en una. –Puss ya así hirviendo y el olorcito del recaudo puede saber bueno- Dijo Félix, hombre de confianza. Apenas cinco tortillas se habían calentado cuando comenzaron hacerse tacos, en las mascadas y tragadas se notaba un gran placer, efectivamente era muy sabroso, nadie asociaba el sabor de esas carne con algo que antes hubieran degustado. Otilio comía el tercer taco, contemplaba la piel del animal, brillante.

La piel del tlacuache se volvió parte de la colección de Otilio, lucía bien. Lo peor de esos días, exactamente un día después de la cacería fue la terrible infección en el estomago de Otilo y el resto del grupo, se la pasaron seis días con fuertes dolores en el vientre, diarrea y un vomito incontrolable. Indigestión les dijo el médico del dispensario. El que parece no haber sanado fue Otilio, a los pocos días empezó a tener altas fiebres, en los delirios le decía a su mujer que la piel del tlacuache era el cabello de la Vieja Nina, que la había visto parada allí junto a las otras pieles.

En realidad Nina no es mi abuela, soy hijo de Otilio, del difunto Otilio. Conocí a la vieja Nina de niño, en los acarreos de agua, allí estaba ella con los tacos de asiento de manteca y sal; repetidas veces le pregunté su nombre, jamás respondió, le empecé a decir abuela. Mis padres me prohibieron hablarle, mi papá tenía aversión a Nina. Es una bruja, es nahuala decía. Me asusté y no volví a aceptarle taco alguno, dejé de hablarle. Mi papá no volvió a ser el mismo después de aquella cacería. No dejó de ver y hablar de Nina hasta el día en que murió.

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