Tiempo

El tiempo es mi mejor amigo y mi peor enemigo. El tiempo ambiguo del esquizofrénico, el tiempo que fumas, el tiempo que soñamos, el tiempo viajado, el tiempo obsesivo felizmente vivido por un servidor y otros más; el tiempo otorga el valor… valor para hablar de comics, de ideas, de “absurdos delirantes”, de parodia, de cine, de intentos, de música, del fin del mundo, de playas vírgenes ochenteras suicidas. En fin, el tiempo es quien definirá este rollo que hoy mismo inicia e incita a la banda a que lo visite, lo juzgue, lo ame, lo odie o las dos cosas. La pertenencia digital me quitaba el sueño.

lunes, 5 de abril de 2010

Altruismo underground (crónicas marcianas)


Psicología social, altruismo fue el tema, y requerida una presentación mostrando dicha virtud en la comunidad. Se presentaría la próxima clase. De esa forma seríamos evaluados. Mi equipo se integraba por dos amigas –que aún conservo- y dos más; clasificándolos como un flaco que el primer día de clases llevaba puesta una playera de Elton John. Fue poco común. El otro, un temperamental sorpresivo. Omitimos la encuesta, la entrevista. Lo flojo de los números y las respuestas irregulares, cambiantes, no iban a decir nada de esa acción. Todos somos buenos cuando nos lo preguntan, todos pondríamos el pellejo en riesgo a la salud del otro, y de ser desconocidos, cuanto más, sin dudarlo lo haríamos. Brindaríamos ayuda a cuanto neurótico, histérica y empedernido topásemos. Sin reparo. Esto no demostraba nada. Un experimento social, una situación desconcertante. Como aquella vez, donde pensamos arrojar un maniquí relleno de menudencias y viseras desde el tercer piso a la explanada de la escuela. El propósito: ver la reacción del estudiantado. Tomaríamos como muestra el gran índice de suicidios escolares de aquellas generaciones. Quizás un estudio consensuado de este fenómeno respondería quiénes estudian psicología y por qué. No hay mejor forma de conocer nuestra verdadera respuesta a algo, como siendo el origen y la intención de ese algo.
El centro de la ciudad, una hora muy transitada y un robo de bolso simulado. Un arrollado podía poner en jaque parte del centro y corríamos el riesgo de la pureza del acto; alguien podría salir lastimado o más. ¿Auxiliar a un animal desamparado?, No. Suficiente se ha demostrado su lealtad. No hay caso, ni razón de ponerlos en riesgo (a los animales). Mejor un evento mediático, casual. Un atraco menor. Un simulacro ajeno a daños.
Los policías del área dieron la autorización del robo, intervendrían sólo si algún ciudadano se viera en riesgo. Mi amigas –una cargaba el bolso- ocuparon su lugar en la parada de autobuses, entre la gente. El flaco cargaba la videocámara esperando la señal en una esquina. El temperamental tomaría nota de lo sucedido a manera de bitácora, obvio sería muy descriptivo. Yo me haría cargo de arrebatar la bolsa y salir huyendo; el último elemento del experimento fue aleatorio. Él, ella o ellos eran el objetivo. Quedaría documentado el sacrificio. Observé a cada uno en su punto y corrí a arrancar el bolso. Lo jalé con mi brazo izquierdo, ni una pizca de resistencia según lo planeado; ambas gritaron pidiendo ayuda. La mirada de la gente se clavó en sus bocas, manoteos y gritos, para luego verme a mí mientras escapaba. Entré al pasaje -al frente de la parada- sentía que corría entre estatuas. Locales abiertos y miradas desconcertadas. Pensaba en lo bien que quedaría el video. Sentía en realidad estar huyendo. La gente absorta, yo corriendo. Subí las escaleras, me sacarían al otro lado del pasaje. ¡Allá va! -gritaron unos- Entre la muchedumbre se abrían paso tres policías, siguiéndome. No estaban contemplados. Darían mayor credibilidad. Serían el parámetro, alguien haría algo o bien, se lo dejarían a quien tiene que hacerlo. Los dejaba atrás: de ser atrapado no habría consecuencias, finalmente era un montaje del que tenían conocimiento. No me alcanzaban. Subidas las escaleras, al fondo, se hallaban cuatro policías y dos Rottweiler. Regresé. El sentido, ganar tiempo. Alguien debía detenerme. Un valiente, quien tomase el control. Imaginaba lo tremendo de este video. Las correas jalaban a los policías. Corrían rápido. Me interné en una multitud, por un instante el primer grupo de policías me pierde. Esquivo a una señora gorda viendo zapatos. Se cierran los grupos, ahora siete policías y dos perros me persiguen. Hay mayor afluencia, ya no podía esquivar gente. Vi a uno de los perros tan cerca, mis piernas luchaban. Chocaba un puño mi mejilla derecha. Las rodillas se me doblaron. Caía sobre mi espalda y una pierna torcida. Un viejo de chaleco naranja y lentes empuñaba su potente izquierda. Me observaba. Me vigilaba. Los ladridos de los perros en la nuca. Uno de los policías me jalaba la camisa, otro me daba macanazos en la espalda y un tercero me jalaba del cabello. El plan inicial quedó atrás; la cámara capturando a detalle cada instante. Pronto llegaría alguien a explicar el mal entendido y me soltarían. Una de las amigas casi en llanto les pedía que me dejaran, no lo hicieron hasta cinco minutos después. Por fin hablé, me soltaron. La camisa rota, un pómulo inflamado, el labio roto, marcas –muchas- de macanazos en la espalda. Me levanté, me sacudí y le sonreí al viejo de la izquierda. Di las gracias a los policías. La gente desconcertada y a la expectativa. Mis amigas insistían en revisarme y reclamaban a los policías, yo buscaba la videocámara, quería revivirlo, verlo. Me decían que me calmara. “lo mejor es que te encuentras bien… suerte tuvimos de que no nos hayan detenido”. Esas frases y otras escuché muy brevemente del flaco cara de chamarra de piel abandonada en azotea. No grabó en lo absoluto, la batería no cargó. Volvimos a ser el centro de atención. Manoteos y gritos; no di crédito a explicación o justificación alguna. Los dejé hablando solos, me fui -partido en dos- buscando un taxi. Al paso me miraban. Nadie preguntó: si me encontraba bien, si necesitaba ayuda tal vez…. Somos resistentes, nos desensibilizamos día a día en estricto orden. Esperé unos segundos a que alguien abriera la puerta del taxi; no fue así. Me acomodé la camisa, me medio peiné y subí al taxi. Me largué sin querer saber más. Le dieron un nueve de calificación a la cómica gallardía descrita y medio actuada; lo extrovertido dio fundamento a los renglones –temperamentales- de la bitácora. Igual una llamada de atención larga y aburrida de la maestra.
Años después repetí el experimento. Cero cámaras. Me tocó responder desde mi trinchera. Un taxi me atropelló y el taxista fue el que me dejó hablando solo. Ahora que lo veo, fue el elemento –idea- inicial y final del primero. Respondía a su existencia el uno del otro. Tenía que pasar. Aun sin videos los veo.

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