Tiempo

El tiempo es mi mejor amigo y mi peor enemigo. El tiempo ambiguo del esquizofrénico, el tiempo que fumas, el tiempo que soñamos, el tiempo viajado, el tiempo obsesivo felizmente vivido por un servidor y otros más; el tiempo otorga el valor… valor para hablar de comics, de ideas, de “absurdos delirantes”, de parodia, de cine, de intentos, de música, del fin del mundo, de playas vírgenes ochenteras suicidas. En fin, el tiempo es quien definirá este rollo que hoy mismo inicia e incita a la banda a que lo visite, lo juzgue, lo ame, lo odie o las dos cosas. La pertenencia digital me quitaba el sueño.

lunes, 31 de marzo de 2014

Cenit


Y estábamos en reunión en la casa que no parecía a ninguna otra pero en la que todos no sentíamos tan cómodos; al frente estaban sentados ellos, una amiga cocinaba y servía, reíamos, en verdad que tu llegada fue inesperada. La naturaleza con la que hablabas, con la que hacías reír al resto, incluyéndome, estaba feliz de verte ahí. Me recordaba esos otros días en los que nos encontramos: el primero cerca del río, la otra ocasión comiendo manzanas a un lado de la carretera perdida, y el más cercano a este momento, el día, la noche, el lugar en el que convivíamos entre extraños y extrañeza, en donde fuiste tan real, tan dada a mi imaginaria y por supuesto a mis idealizaciones.
Discernir entre si estabas o era solamente otro de esos episodios en los que te has vuelto arquetipo de mis ilusiones fue difícil; vi el piso, los muebles, el día afuera se veía como cualquier día, sin alteración, sin lugar a lo irreal. El nerviosismo y mi latir eran naturaleza de mi imperfección y sinceridad, intolerante ante la crítica que ante tu presencia y en la presencia de mi error me permite corregir por ti. Evidentemente era real, me atreví entonces a pedirte que antes de irte me dejarás explicarte todas esas cosas que quedaron sin resolver, las acumuladas en el limbo. No andaría con rodeos, sería específico y en tanto concreto, accediste con esa sonrisa tan tuya, tan anhelada.
Comenzaste a despedirte, y entre el flirteo que conjugábamos supe que te despedirías hasta el final de mí, que recordarías que tenía que decirte algo antes de no volverte a ver (aquí te veo y somos –a fuerza- sinceros). Besaste mi mejilla y otra certeza vino: pegó tu cabello cerca de mi rostro, pude olerlo, olerte. No soñábamos, me obligaba a pensarlo. El nerviosismo me atrapó de nueva cuenta mientras caminabas a la puerta. Mis acompañantes me vieron, me exigían en sus miradas que te alcanzará, creo que al final de cuentas sabía que ahí podía romperse todo; entonces te seguí. Te dije que sólo soñábamos, que de mis obsesivas ilusiones eras triunfante, viéndote en el cenit, en el húmedo bosque, en las escaleras de mis secretos y ahora en la puerta de la realidad.
Mi declaración estribó en que eres un sueño, es entonces mi mejor forma de referirte lo inolvidable que eres por estos lares; lo inolvidable de lo no existente es de gran valor onírico, es el oculto del deseo más sincero, más interno. Atenta a cada palabra y atento yo a tu conmoción, no nos quedó más que regresar, tú entrando a la puerta de mi inconsciente y yo en la puerta de la certeza de que esto sólo pudo pasar en mis sueños.
Abrí los ojos.




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