Tiempo

El tiempo es mi mejor amigo y mi peor enemigo. El tiempo ambiguo del esquizofrénico, el tiempo que fumas, el tiempo que soñamos, el tiempo viajado, el tiempo obsesivo felizmente vivido por un servidor y otros más; el tiempo otorga el valor… valor para hablar de comics, de ideas, de “absurdos delirantes”, de parodia, de cine, de intentos, de música, del fin del mundo, de playas vírgenes ochenteras suicidas. En fin, el tiempo es quien definirá este rollo que hoy mismo inicia e incita a la banda a que lo visite, lo juzgue, lo ame, lo odie o las dos cosas. La pertenencia digital me quitaba el sueño.

viernes, 29 de marzo de 2013

Borrador (1)


Estábamos atrás de la puerta blanca, esa de madera que deja ver al otro lado las escaleritas que te llevan a la discusión del hombre ese con bigote despeinado, lamentando, discutiendo; las ganas de salir corriendo, el riesgo es que nos vea él o sus sobrinos, hijos, lo que sean se ven igual de desequilibrados. Luego vinieron los gritos, chillidos del niño ese que no se callaba. Pude ver al niño en los brazos –de quien imagino es su madre- meciéndole, no se le veían ganas de callarse, menos con los gritos enfurecidos del tipo ese bigotón. Al fin, un momento de distracción, pudimos salir sin ser advertidos. Sigue lloviendo y la calle en donde estaba ubicada la casa es puro lodo y piedra, los riachuelos bajan. Podemos dar cuenta que abajo hay una calle pavimentada: pasa el urbano, el camión de la basura, el tráfico nocturno (me es tan familiar esa calle, esa sensación recurrente de creer, pensar que eso ya lo viviste). No sé quién lo decidió, al parecer yo, respondí a la intuición del reconocimiento sólo que parece que mi decisión no fue la mejor, dado que volvimos de nuevo al camino sinuoso de piedritas y agua deslavando terracería. Me paraba en alguna de las posibles esquinas, intentaba ubicarme “¿Por dónde será?” “Es que aquí ya estuve, pero cuándo…”, entre disertación y cuestionamiento mi acompañante me dejó. Mejor, comenzaba a desconfiar de él. De pronto bajaban un grupo de maleantes (sí así lo vi, de malas intenciones. Dar demasiada acreditación, legitimidad a mi intuición ha sido un arma de dos filos, aquel día no erré). Hice el disimulo de hacerles-hacerme creer que no pasaban a mi lado, que de nada –y mucho menos- de mí murmuraban. Siguieron su trayecto mientras yo subía; la lluvia aminoró, algunas casas veía, las últimas de la calle con la luz prendida, otras tantas con la TV encendida. Seguí hasta que llegué aquella zona que igual era mi punto de ubicación (¿En realidad reconocía aquel lugar o daba soltura a creer que le conocía para no estallar en pánico?). Sí, es el lugar, allí están la pineras, hasta reconozco dos o tres árboles y los recuerdo porque en alguno de aquellos árboles un día lamenté una pérdida ¿Pero cuál de todos? ¿Cuál de todas las pérdidas? Las de memoria son mi cáncer. A alguien se le había ocurrido montar un parque allí, aquellos programas del Gobierno Federal que restauran zonas que antes fueron punto de reunión de disidentes, lugar verde en el que se planean cosas negras. Esos ambientes suelen combinar bien, bien en el sentido práctico-individual del bien que espera o esperan los allí reunidos: el bien de un atraco, el bien de un abuso, el bien de un dolor. Un bien común-denominador). El hecho es que me sentía certero, el parque restaurado me invitó al columpio, de tres que entre los árboles abrían paso a una vista en donde se podía ver desde lo alto… era una cima (cima no cisma). Cismado me sentí al remembrar aquel lugar: edificios, cuarterías abandonadas de un pasado que no era tan seguro de ser parte de mis recuerdos; qué más me dije y comencé a columpiarme. El acto de columpiarse da paso al olvido, en verdad no quería recordar lo antes acontecido, a estas alturas lo que significara recordar no era menester. Tomaba velocidad, mis idas y venidas estrepitosas me hacían sentir ser parte de un evento, el hecho mismo de columpiarme, los distractores sólo me llevan a la asociación y cansado –al menos ese día estaba de ello- . Mis dedos se soltaron de la cadena, de una sola mano me sostenía mientras seguía el columpiar. Me incliné mientras iba y regresaba las yemas de mis dedos rosaban la tierra, sentí una diferencia del acto en mi tacto, tocaba ahora no tierra parecían ser hojas, las hojas secas que tanto atesoro; pude tomar una, su consistencia cambiaba, no es… (Caray que difícil se vuelve describir una hoja seca, acostumbrado a describir las cosas antecedido (s) siempre por la vista. Fue un reto de tangibilidad) delicada, rompible, es dura, como si de un pequeño hueso se tratara; paró mi actividad lúdica de olvidos y me dirigí a ver lo que- literal- traía entre manos. Una muela, es una muela, una muelita ¿De un niño? ¿El niño llorón de aquella casa? No podía separar mis ojos de aquel pequeño molar, vino la asociación, la naturaleza humana de buscar la naturaleza de los eventos y su lógica. Volteé a la izquierda sentado aun en el columpio, una montañita un aglomerado número indefinido de dientes (no sólo muelas) junto a mí. Me acordé (que insistencia tan incontrolable) entonces de la casa de mi amigo, él recibiéndome en la puerta de su casa sin decir nada, pude haber pensado que carecía de boca pues ni un palabra salió de ésta, la puerta que celaba destellaba un blanco esplendoroso, como el blanco papel hecho bolita que me ofrecía que me entregó, en su interior un diente. De lado a lado de mi columpio montañas de dientes; la razón buscó presurosamente una salida de emergencia, aquí sus razones: quedaba claro que no estaba libre del recuerdo, de la asociación, de la memoria, partí de lo más inocente, niños que recogen piedritas, conchitas si están en la playa, hacen de éstas conjuntos, parte de su mente plástica, parte de su desarrollo en el reconocimiento e integración de objetos símiles ¿Pero dientes? Es insostenible desarrollar un esquema mental de tal recolección. Además, de haber sido ¿De dónde sacaron tantos dientes? Ni veinte niños con dientes de leche en próximos días a caérseles podrían haber juntado el número que me rodeaba y luego, ¿Cómo sabían que esos dientes podría llegar a asociarles a la visita de ese amigo que años antes había muerto? Me rindo, la muerte es aquí y en todas partes. Lo que no muere es el pensamiento, la idea, los cruces y las casualidades. Los sueños no mueren ¿Será posible entonces pensar en el hecho de que existe un lugar en donde se les almacena y que éstos repercuten en el día de cualquiera, en sus eventos, en sus encuentros o desencuentros? ¿Será posible viajar en el tiempo por medio de los sueños, sí de ser posible que haya sentido del tiempo en los sueños?
“Dios está aquí, tan cierto como el aire que respiro…” cantaba en el camión una señora que creía reconocer de algún lado, no sé si el pensar que le recordaba o la última estrofa que escuché de ella (no en el sentido de conversión es más que claro…) me sacó del sueño lucido, de la memoria onírica que hoy (cualquier día que sea) estaría dispuesto a integrar…

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