Tiempo

El tiempo es mi mejor amigo y mi peor enemigo. El tiempo ambiguo del esquizofrénico, el tiempo que fumas, el tiempo que soñamos, el tiempo viajado, el tiempo obsesivo felizmente vivido por un servidor y otros más; el tiempo otorga el valor… valor para hablar de comics, de ideas, de “absurdos delirantes”, de parodia, de cine, de intentos, de música, del fin del mundo, de playas vírgenes ochenteras suicidas. En fin, el tiempo es quien definirá este rollo que hoy mismo inicia e incita a la banda a que lo visite, lo juzgue, lo ame, lo odie o las dos cosas. La pertenencia digital me quitaba el sueño.

lunes, 21 de enero de 2013

No puedo fingir todos los días…




Salir de un lugar del que no te sientes parte; los rostros jóvenes, el movimiento de las cabezas de los chicos –despreocupados- al ritmo de sus tiempos, de sus momentos. Una chica de ojos delineados en negro le dice a otra que no quisiera que "él" se entere de las ganas de ella por su amigo. Entran cuerpos cubiertos del frío, otros salen cubiertos de mezcal. Mujeres de cabellos atrapados en el listón verde que roció mi atención; algo contundente tuvo que haberle dicho el acompañante de overol, ella le besa las manos  como sí las palabras de éste hubiesen sido lo más maravilloso que le han dicho en su su vida. Las sonrisas de ambos les vi en el espejo, en la parte ocre. Y entre tanto ni los tragos, ni cualquier otro estimulante me arranca la idea de que estoy envejeciendo; la idea misma no tendría afronta, el problema se suscita al verme esperanzado en los rostros de aquellos que, hasta ese ruidoso –penumbroso- instante dejan de darme fe. El lugar no es la iglesia ni recinto alguno de ese tipo, aunque no deja de ser ilusorio y choqueante encontrarme lleno de santos, de fervor (lástima que la música no se ve inmiscuida en la fe, en la devoción). ¿Hay ilusiones en todos los allí presentes? Al menos por esta noche sí. A mis amigos, a mí, se nos acaban las expectativas, se nos ve en las frentes más amplías a falta de cabello, en nuestro uso del léxico el cual se impide decir tantas barbaridades y groserías; en su lugar la saliva da cuerda a la “experiencia”, al sentirse próximo a lo que signifique vida. En nuestra forma de agarrar el cigarro, en las copas tras copas de Whisky (cuestión de estrato etílico), en la formalidad del vestir o en su desfachatez que ruge en sentimientos de ardid juvenil (mis prendas). Perdidos entre el tumulto, en ocasiones como si estuviésemos separados del resto, tomo como analogía una panera, su tapa nos libra del ambiente, de su inclemencia. Nos sentimos “protegidos” y “ajenos” a la contaminación; tontos, ni siquiera les importamos. Nos gusta vernos en los looks de ellos, compararlos con el pasado, hablar de éste como si hubiese sido el mejor: mejor ambiente, mejor música, mejores charlas (nadie se atreve a hablar de mejores mujeres, siempre son mejores, se reinventan en toda época).  Es mala costumbre, empacho de interacción, eso es: la comparación. Sin ella no habría posibilidad alguna de entenderse, de empatarse (sucede en mayor frecuencia), de delimitarse, verse en los lugares, en los pasillos, en los ojos de la chica al fondo que te observa e imaginas que fue aquella que no te vio durante… Forzar las sensaciones y  los recuerdos, darle la elocuencia al espacio, tiempo y forma, hacerle parecer lo que no es. Es asfixiante, decidimos partir. El pasado a veces se encapsula y en esas cápsulas venden tragos, esperanza; al menos ves el futuro no en hordas sudadas, si en minúsculos grupos enfundados en abrigos, en fragancias, en tintes (castaños, rojos, rubios proliferan)  y en cuerpos a los cuales puedes aún beberles el jugo. El efecto de sentirme en un rotativo juego de atracciones, mi paseo es lento, observo: parejas, un sujeto con dos mujeres (de chamarra de piel blanca, roja. En verdad es como estar en el pasado). Busco la posibilidad de que alguien me cimbre, que también rote, de buena gana que me arrebate lo “interesante”. La forma del lugar es interesante ¿un trapecio? Una figura irregular, el paso de los años es así, irregular (que encantadora analogía arquitectónica). Asientos negros, cómodos, poca luz que permite no ver la cercanía del otro vista en las mesas rodeadas por un asiento –largo- que se pega a los muros perpendiculares, la intención de acercarnos, sentirnos fraternos ¿Por qué los somos? ¿No? ¿Por eso estamos allí? El escándalo es menor, se puede hablar, seducir –si quieres-  en términos remotos de sofisticación. Hay tiempo para el alarde musical, regocijo de saber que aquella banda perdió a su primer vocalista pues le olvidaron en la cajuela del carro mientras su vomito lo arrebató; en cantar correctamente las melodías mientras el resto sólo mueve la boca; en saber que esa canción es del soundtrack de tal película, que fue dirigida por tal, que ha dirigido tales y en que tal año se estrenó (el año de tu primer encuentro sexual, el año del accidente). No falta el que reconoce la canción de moda –pasajera- de la ciudad y para su fortuna el dueño del local es el vocalista de aquella banda que sólo existe en este acotado imaginario (afuera saben de su existencia, pero es negado, nadie quiere ser integro engrane del pasado, al menos en estos menesteres). Y llegan los conocidos, los contemporáneos: afortunadamente el encuentro se limita al cordial saludo de manos (nada de chocarlas, ni hacer rituales desfiguros, eso sólo se describe no se ejecuta), igual se cuelan las preguntas-afirmaciones arquetípicas:” ¿Cómo estás?” “Tanto tiempo sin verte”, oraciones de ese calibre común; la sobremesa de contemporáneos de dos grupos distintos se distinguen por preguntas como: ¿Y qué has hecho de tu vida? “¿Casado, hijos?” “¿Dónde trabajas?” “¿Has visto a fulano, a sultanito Pérez? “, en instantes se vuelve una salvaje competencia en la que saldrán sólo victoriosos aquellos hacedores, ahora arquitectos de su vida que pueden hablar a diestra y siniestra (sí, a veces muy siniestra) de lo bien que les ha tratado, ajá, la vida, de lo bien que han quedado con sus antecesores al forjar y materializar sus sueños (favor de no confundirse, es un sueño compartido, un sueño frustrado del otro, una expectativa de la vida en promedio occidental, un fin a veces insípido (un final tiene como regla interna jamás ser parco), en motivos más sociológicos ¿antropológicos? la consolidación del eje de las civilizaciones: la familia.
Y entonces recuerdo otra vez mi circunstancia, mi realidad, mis ganancias, “mi ahora”. Pretendo, pretenden aquí los reunidos darle la vuelta, verle en otro lente (más cerca, más lejos, borroso, enfermo, “exitoso”, superficial,  en el mañana. La lista sería inacabable). El recordatorio no vino de las ideas en las que estaba más que enclaustrado, vinieron de mis intestinos, viajaron por mis conductos trepando mi esófago hecho reflujo. Traté de olvidar las demandas de mi factura, de mi “abuso” en el pasar de los años; las voces de mis amigos, los videos en cinco, seis pantallas, los Cranberries no se equivocan soy un zombi y siento que las tripas se me están saliendo y no sé si tendré el valor para tragármelas. Un puente y un árbol seco son mi salvación; la sal en mi lengua del cacahuate 47 me hacen ver ese puente no existente en ayeres, este lugar, este espacio que estuvo atrás, nosotros, los aquí reunidos estuvimos antes, antes de que nuestros gustos se hicieran nostalgia sin el puente que ahora cruza la anterior y lo presente. Pero previamente estuvo el árbol seco sin hojas (no siempre luce así), es testigo avejentado del pasar, del trayecto, de la llegada y la despedida. La urbanización, la industrialización no  le arrasó, no le influyó, parece ser el mismo; los que hemos cambiado somos todos los que estamos aquí adentro, los que caminan allí afuera para llegar o irse. Somos perfectos indecisos, perfectos viajeros de la añoranza. Me animo a seguir bebiendo cerveza y me aferro a mi locución, a mi lógica “privilegiada” y le pregunto al amigo de a lado que tan feliz es, responde que no sabe pero que desde hace mucho no ha dejado de ir domingo a domingo a escuchar las enseñanzas de un sacerdote que da misa cerca de un campo de fútbol… ¿Te hace feliz? Le pregunté “Sí, me gusta como  desdeña el sentido bíblico” responde, entonces no me quiero quedar atrás y le digo que “ésta bien…” pero que eso sólo responde el sentido figurado, la clave está en la asombro que siembres en la gente, en hacerles creer que no saben cosas que por sentido común conocen, otorgarles cierto encanto (a ellos y a la idea misma). Y entonces yo también quiero fungir en ese momento de sacerdote, hacer de estos comensales mis feligreses y comienzo a decir cosas como: "el arte es mainstream, podrías llenar de respetadas obras tu casa pero qué caso tiene sino te causan nada más que orgullo de tenerles, orgullo llano de poseer la réplica 1000.02; la filosofía se trastornó, su tarea continúa pero no se nos presenta en una epifanía, en un desgarre de sensibilidad , no, se nos hace presente en manuales, en estrategias para hacerse de todo recurso posible (me aburré escucharme para este momento, no me importa). Para ser precisos, la superación personal es la vulgarización de la filosofía occidental, y también la oriental, a esa podemos (vaya que sobrepasa, me rebasa y a fuerza quería entrar en el sobrentendido) llamarle New Age… y la religión regresa al sentido mismo de su propósito, porque fíjense que ahora no cumple -solamente- la tarea de arrear únicamente el designio de la existencia (pronto terminaría gracias a todos los dioses), sino que ahora es –siempre lo ha sido- una institución por demás remunerable, un cuerno de la abundancia de una res flaca."
Vinieron algunas discrepancias ligeras, un silencio en el no silencio (es puramente el grito sordo) , vendría la estocada, le reservo. Pagan y salimos de la cortina de humo, me despido en silencio del árbol, el puente es aviva certeza de longevidad, allí nos ve a nosotros y verá a otros, por tanto no tiene caso el despedirme de su presencia  ¿Y la estocada? A vuelta de esquina viene el predicamento, cierre de una noche de invierno madre de los primeros días del año 13: Mi vida no ha sido mejor, peor, está que me brinca del cuerpo, se me sale por los ojos y en gritos nada más creo existir. Mi aullido es mi evidencia, me pone en la disyuntiva del fingir o el no fingir todos los días.




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