Tiempo

El tiempo es mi mejor amigo y mi peor enemigo. El tiempo ambiguo del esquizofrénico, el tiempo que fumas, el tiempo que soñamos, el tiempo viajado, el tiempo obsesivo felizmente vivido por un servidor y otros más; el tiempo otorga el valor… valor para hablar de comics, de ideas, de “absurdos delirantes”, de parodia, de cine, de intentos, de música, del fin del mundo, de playas vírgenes ochenteras suicidas. En fin, el tiempo es quien definirá este rollo que hoy mismo inicia e incita a la banda a que lo visite, lo juzgue, lo ame, lo odie o las dos cosas. La pertenencia digital me quitaba el sueño.

sábado, 4 de septiembre de 2010

Divergente

L'abshinte, Edgar Degas


Y definitivamente nada cambió, no hasta ahora; en la mano llevaba el dibujo del gato, ese regalo de mi amigo hoy ya muerto, al menos vivió en una realidad ajena al disturbio, encerrado en la felicidad substancial. Ahora es libre.
Pensé en visitarlo y esta carretera me llevaría a su encuentro, una vida tal vez en llegar. Una gota (el agua es el símbolo más corriente del inconsciente) me escurría de mi ojo y trescientas más comenzaron a caer del cielo. No desistí, él y el resto me esperan en aquel pabellón en donde la gente se multiplica, donde la historia se reescribe a cada instante, allá donde los barcos no son atacados y la ira de la serpiente es amedrentada en el filo de un machete. Algunos –recuerdo- viven en castillos de vasos (en los basureros siempre hay cositas con que entretenerse). En las noches se abren puertas en los pisos: gorilas, mujeres, robots, aves, niños deambulan; en un principio te atormentan, pasados los días –existen- te aconsejan, te señalan el oro, la fortuna; se transmutan en sus seres queridos. Hay espías en cualquier rincón, no se deciden a atacar sólo te observan, cuidan de tus culpas. Los mundos son cajas de zapatos, es el cuerpo retorcido debajo de una cama de metal, es la niña sin piernas que camina en sus ideas.
Esquivaba los tráileres sin frenos, dopados y con voraz apetito de hogares. Ninguno me levantaba. La tormenta arreciaba, esto no me quitaba las ganas. Ni destello de desanimo. Los mentales mi objetivo. Un auto se detuvo, la portezuela azul del chevy nova abierta; invitándome, llevándome. Terrible desagrado al contemplar a su conductor, podría no ser él, podría ser mi amigo de la infancia al que le robaba los juguetes, podría ser mi gato blanco de manchas amarillas… Y su voz dijo “sí, allá nos dirigimos”. Me acomodé estirando las piernas hacía adelante justo atrás del asiento del copiloto. El asiento trasero forrado de tela verde es amplio, cabemos (dos bien intencionados, yo) sin apretujones ni roces, los limpiadores funcionan, en cualquier instante llegaremos. Es armónico. Es dicha. Alguien se atreve a decirme la verdad*. Me destroza, como aquel día en el que se me informo del fallecimiento de mi amigo “… no fueron los amigos del pabellón. Dicen haberlo visto parado observando una pelota de beisbol caer, cayendo; la pala se estrelló en su peculiar cabeza. Así se le escapó la vida. El culpable fue otro lunático”.
*”Esa realidad se consumió, lo poco que queda de ella está en tus memorias no escritas”

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