Me llevó al límite, en cuestión de segundos me exasperó.
Salimos de la casa, esperamos que tomara su rumbo pero no lo hizo, nos siguió.
No ayudó en nada que mi amigo le dijera que si quería podía
acompañarnos a la casa de su hermano. El cielo ese miércoles estaba muy
nublado, seguro habría relámpagos pensé. Este tipo no dejaba de hostigar, y
pensar que en un momento de mi vida fue eterno acompañante, cómo no pude dar
cuenta desde aquellas fechas que sólo era un sujeto rústico. Me conmiseré de
ambos eso fue, sólo éramos unos adolescentes que habíamos perdido mucho en
apenas 14 años, la vida nos tenía sendas sorpresas y las primeras de éstas eran
los arrebatos de seres entrañables, quién diría que la resolución (si así se
puede llamar) se daría de esta manera, las resoluciones que pedían las mismas
acciones.
Vociferaba sin dar tregua, oírlo hablar de cómo logró ser
una mejor persona sin tener asomo alguno de lo que significa ser mejor en algo,
que contradictorio y fastidioso se escuchaba. Además de que hablaba demasiado su
lenguaje era microscópicamente limitado, por no decir que muchas de sus
oraciones se componían en su mayoría por muletillas, verbos mal empleados y
groserías que en su boca lucían como trapos de cocina incoloros de limpiar
tanto cochambre. Intenté no escucharle, mas mi amigo no sé si en tono de fastidiarme o de
divertirse con la avalancha de insensateces de ese imbécil le preguntaba cosas
mientras avanzábamos, cosas como: “¿Y en verdad encontraste la paz en ese
lugar? ¿Cómo dices qué era eso que sentías por tu mamá y que te llevaba a hacer
cosas aberrantes contra ti y contra otras personas? ¿En serio que Dios se te
manifestó, de qué forma, cómo es?”
Por fin llegábamos a la casa del hermano. No era muy diferente
a la última vez que vine, lo digo puesto que me había dicho un día en su jardín
que los muebles por la mañana habían cambiado de lugar: el sofá individual de
color café estaba ahora cerca del comedor con el resto de la sala negra, mientras
que el sofá individual de color negro estaba cerca del jardín con el resto de
la sala café. Le creí, es un tipo que no suele mentir, quizá olvida las cosas
frecuentemente más nunca miente; no dudé ni un instante, minutos antes le
pregunté que si en su casa no había espectros. La anécdota de las salas fue mi respuesta, sí, como lo
anunciado que desea ser descubierto, total, dar sentido a lo subjetivo.
Vendría.
Y ahí esta alma reprobable proseguía en el fastidio,
cuestionó mi calidad moral, lo odié por tanta razón, lo odié doblemente porque
venía del él; sabía demasiado de mí, mal argumentado pero sabía. No recuerdo a
ciencia cierta qué fue lo que me detonó, lo que me hizo ir a la cocina, abrir un
cajón y sacar de ahí un cuchillo de mango de madera. Oía su voz, sus
carcajadas, su pendejez olía hasta acá. Caminé en pasos largos, el cuchillo
rozó el mueble individual café. Fui un cobarde, le ataqué por la espalda mientras
hablaba con mi amigo, la hoja entró en su nuca, me sorprendió lo forma tan
fácil que atravesó esa nuca gorda, esos bordes, pliegues que se abrían
chorreándome la cara de sangre, el piso era un estanque rojo. Esto iba en
serio, tan en serio que mi amigo me dijo “Me limpias este desmadre ya mismo”.
Limpié mi moral, mi indignidad, esa sangre apestaba tanto como la que la salió
de su mano ese año 13 compartido con este cadáver cuando quiso probarme su
gallardía pasando un exacto en la palma de su mano, todo en mi casa, en la
puerta en la que en otro día un sujeto salía huyendo dando paso a otro lugar…
la sangre salía de su mano, el olor tan penetrante, esa misma sangre pero ahora
abundante que limpiaba con la jerga que la absorbía como mis mentiras, como mis
secretos. Debíamos ocultar el cuerpo, mi amigo ahora cómplice marcaba
en su teléfono, decidió llamar a la policía, diría que esto había sido un
trágico accidente. Me explicó que sobornaría al forense para que apoyará
nuestra versión, eso sí, tendría que pagarle cada peso. Angustia, un secreto
terrible que se incluiría a mi lista de despropósitos, siendo éste su corona
¿Sería capaz de vivir a sabiendas de que asesiné a alguien? ¿Esto en algún momento se pondría al
descubierto? ¿Regresaría a la cárcel ahora en el otro bando, el real? No pude
decir mucho, continué limpiando la sangre. Juro que en el algún momento el
cuerpo inerte me guiñó el ojo; aproveché un descuido de mi amigo para asestar
una cuchillada más, tenía que asegurarme que esto jamás se supiera. Nadie
imaginaria que las lindas rosas del jardín del hermano de mi amigo fueron abonadas
por la culpa de dos extintos amigos.
Las
rosas rojas me ocultan, son cómplices, de querer decir algo las arrancaré y me
las tragaré. Amanece.
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