Tiempo

El tiempo es mi mejor amigo y mi peor enemigo. El tiempo ambiguo del esquizofrénico, el tiempo que fumas, el tiempo que soñamos, el tiempo viajado, el tiempo obsesivo felizmente vivido por un servidor y otros más; el tiempo otorga el valor… valor para hablar de comics, de ideas, de “absurdos delirantes”, de parodia, de cine, de intentos, de música, del fin del mundo, de playas vírgenes ochenteras suicidas. En fin, el tiempo es quien definirá este rollo que hoy mismo inicia e incita a la banda a que lo visite, lo juzgue, lo ame, lo odie o las dos cosas. La pertenencia digital me quitaba el sueño.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Suspiro




-¿Pero esta vez no comenzaba a voltearse lentamente el vaso que flotaba sobre ti mientras pensabas que estabas despierto, la sensación aquella de que algo  te derramaría? Eso fue muy inquietante.
-Esta ocasión no podía despertar… Espera, alguien tocó la puerta. Deben ser ellos ¿Tienes lista el arma? Les dije que tú la conseguirías.
-La tengo, ve abrirles.
-Pasen, no se queden allí pasmados.
Caminaron el largo pasillo de la sala, parecía que se negaban a llegar a su destino. Adentro les espera él, el de los dientes amarillos. En la mesa el arma, una botella de ron a la mitad y ni un solo vaso. Cinco sillas alrededor, los tres hombres adentraron a una atmósfera de humo; justo en ese momento se llevaba otro cigarro a la boca el tipo de los dientes. Uno de los hombres se quitó la chaqueta colgándola en lo que parecía un busto de una medusa, tenía las cuencas vacías. Alguien no temió a preguntar que si en verdad lo harían: “Pudimos llegar a hacerlo, aquí estamos, nos lo hemos demostrado. Fin de la historia, celebremos”.  Todos miraron primero el arma, un acuerdo sin palabras en el que decidirían quién lo mataría por cobarde. Las miradas pasaron del arma al rostro del osado, el invadido por las miradas fue el primero en sentarse y más adelante el primero en turno. Por supuesto nadie pidió un  vaso, comenzaron a beber directo de la botella; el anfitrión les veía desde el centro, llevaba otro cigarro a su boca (un tumulto de colillas invadían su rededor). Sonríe –malicioso- se notaba muy extasiado. Los hombres bebían repetidas veces de la botella,  en fracción de minutos la botella estaba vacía, murmuraban pero en realidad no decían nada, se olvidaron hasta de saludarse. Quien les había recibido tomaba el arma, abría el cilindro; el anfitrión sacaba la única bala de su bolsillo y la colocaba en la mesa: desde ese momento hasta que cargaron el arma los hombres no dejaron de ver la bala. La ruleta y el giro comenzaban. El que parecía menos ansioso recordó que en ese mismo lugar un globo entró por la puerta una noche, y de la misma forma se fue, sin sentido, sin disimulo. Hubo muchos testigos ese día, se aterró.  Sabía disimular muy bien, siempre lo hizo,  en si impetuosamente giro el arma en la mesa, el cañón señaló en dirección al cobarde. Lo hizo muy rápido, al instante vieron como tenía el arma en la boca y jalaba el gatillo. Nada, sólo el rebote del gatillo y el sonido del girar del cilindro. Una sonrisa de supervivencia fortuita le invadía el rostro, les mentó la madre a todos. Quien cargó el arma pidió ser el siguiente, defendió el derecho argumentando que al había sido el primero en apoyar la idea de hacer esto, prosiguió su defensa, derecho: sin él nadie estaría sentado en esta mesa. Nadie omitió, se colocó el arma a la garganta, 15 segundos pasaron y decidió jalar el gatillo: estalló y desperté.  Me quedé dormido en la silla cerca del busto de medusa, enfrente tenía al anfitrión de la casa , un gordo  blanco, pálido de cabellos amarillos como sus dientes, sonrisa  sellada con la misma excitación. El cañón apuntaba a mí, era mi turno, rogué que fuera un sueño, un globo salía por debajo de la mesa, tenía forma de corazón. Tomé el arma y me la llevé al pecho, disparé, no hubo detonación, una oportunidad. Al instante me mareé. El hombre se acercaba mientras yo estaba acostado en el piso, su sonrisa amarilla que entre dientes escupía muy cerca de mí una bala.
Despertó en su  cama, todo en su lugar. Se llevó las manos al rostro comenzando a palparse, quería empezar a convencerse por saber que él era real. Así fue. Alguien dormía a lado, estaba completamente cubierto por las sabanas, el cuerpo estaba encogido. Respiró profundamente, abandonó el pánico al instante. Comenzaba a remembrar, a ser lógico, “debe ser mi novia” se dijo. Levantó las sabanas para ver no un cuerpo ahí sino la necesaria consecuencia de sus circunstancias: un arma y una bala. Respiró de nueva cuenta aliviado.

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