Tiempo

El tiempo es mi mejor amigo y mi peor enemigo. El tiempo ambiguo del esquizofrénico, el tiempo que fumas, el tiempo que soñamos, el tiempo viajado, el tiempo obsesivo felizmente vivido por un servidor y otros más; el tiempo otorga el valor… valor para hablar de comics, de ideas, de “absurdos delirantes”, de parodia, de cine, de intentos, de música, del fin del mundo, de playas vírgenes ochenteras suicidas. En fin, el tiempo es quien definirá este rollo que hoy mismo inicia e incita a la banda a que lo visite, lo juzgue, lo ame, lo odie o las dos cosas. La pertenencia digital me quitaba el sueño.

miércoles, 15 de agosto de 2012

Inferencias marcianas



Y en verdad puedo decir que hay vida en Marte, se lo he dicho a la enfermera más de 100 veces; siempre desestimando mis argumentos, siempre llenándome de pastillas la boca, cada palabra distorsionada por la prescripción de ese hombre en bata blanca. Caray, su idea sobre la mente es tan primitiva, tan rudimentaria, qué podría esperar de un tipo que mientras me observa, me analiza, rebota una pelota de esponja en el muro blanco de su institución. En Marte los avances al respecto del comportamiento y la psique humana y ahora marciana, psique marciana -que tan vago y extraño suena eso- son extralimitadas. No quiero decir que no haya dementes en el planeta rojo, vamos, es tan egoísta considerarlo, como el considerar que no hay vida inteligente en otros planetas, precisamente en ello hayamos la respuesta: si hay vida inteligente en otros planetas, otros sistemas, por ende el ser inteligente devendrá en las interrogantes, en las inferencias, causa posible de inseguridad; soy pensante, en consecuencia me cuestiono y doy forma a millones de lucubraciones al respecto del otro, de los otros y de las cosas, los mundos incluidos.
Inclusivo uno de esos mundos en nuestras propias costas. Esa fue la primera vez que viajé, si es posible definirlo así, yo le defino así dado que literalmente viajé entre las aguas grises de una noche de noviembre 3. Valiente de mí, alcoholizado de mí y sobre todo harto de mí me adentré a la mar. Las aguas no cándidas rodeaban mi cuerpo, le succionaban. La experiencia comenzó a consolidarse al ver objetos flotando a mí alrededor: estaba ahí el hexágono de plástico de mi juguete de formas infantil, aquel que perdí dando – el primer- paso a mi inacabado ser. Flotaba el disecado cordón umbilical que mi mamá guardaba en un frasquito, contenido en el mismo recipiente, como carta embotellada de algún náufrago que para el instante era yo. Vi mis estampas mojadas sin embargo intactas del álbum que no llené; los dientes de leche, la muelita que perdí en aquel columpio que pensé me lanzaría a otra galaxia a otro instante. Revelación entonces pensé. Se acercó a mí en flote el vestido de mis delicias, aquél que no quité, ahora sin cuerpo flotando en las aguas propias, cuerpo de constitución líquida que por fin chocaba a la par del mío. En oscuridad palpitante mi reflejo se hizo un espejo, la imagen de mi sonrisa se formó, quise entonces adherírmele, clavé mi rostro, sumergí mi cabeza y en un santiamén llegué a la profundidad. Anulación de un único sentido, la vista, no me preocupó, alarma alguna no se hizo presente. Recordé a Wells y su Bogotá que recibía con beneplácito que retirasen esas cosas extrañas llamadas ojos, las que conllevan a suaves depresiones en parpadeos y estimulaciones inacabables; el fin de mis distracciones, el fin de mi estadía en este mundo. Después las arenas que sostenían mis pies me tragaron.
Desperté cerca de un mar azul, mi cuerpo descansaba en costas de piedras rojas. Seguía sin ver, el resto de mis sentidos me proporcionaba el gusto, el olor,  la tangibilidad y la razón de reconocer ese espacio, de verle, tan sorprendente e imposible pareciese (estamos tan condicionados al ver, que no logramos captar el mundo de otra forma sino es por los ojos), es como si uno de mis sentidos dormido por años despertará ahora en esta nueva atmosfera. Las leyes del hombre se derrumbaban, nada obedecía a las mismas, quizá lo más próximo era mi condición corpórea, me sabía parte, esencia de una cuerpo, pero no le sentía más como representación de mi yo; comprendía entonces que la función de mi cuerpo era la de un traje espacial, mi piel, mis músculos, mis tejidos, mis nervios y mis huesos eran recipiente, disfraz,  mi cabeza el casco. Lo que valía descansaba y fluía en su interior. Comencé mi andar por aquellas tierras desconocidas, no parecía haber nada más que yo, el mar atrás se alejaba, es como si fuera sólo un transporte el cual finiquitaba su función. No sentía incertidumbre, ni tampoco certidumbre, el efecto que experimentaba era contrario: mis emociones iban pues convirtiéndose en sensaciones, en hechos. Pensé en alguien  y se materializó a distancia, se comunicó, le pude escuchar dentro de mí, pedía pues que me acercase. Lo pensado había sido un amigo olvidado, y en efecto era él, le sentía y le reconocía. Cuando parecía que éste iba a enunciar una palabra tan sólo se limitó abrir la boca. Entendí entonces que tenía que entrar, el cuerpo sólo es recipiente. Comenzaba a comprender las leyes de este mundo, y eso es lo que hice, entré.
Un mundo maravilloso, de planicies obedientes a la arquitectura de mis sueños: reconocía la montaña de la que caí en aquel sueño húmedo; la casa en el bosque y el sol rojo que la cubre, allí dormí en un sueño inconcluso, de igual manera parecía no tener fin. Gente en andanza saltando de un instante a otro, de naturaleza humana pero a la intemperie de un nuevo mundo.  Tiempos –oníricos- combinados, locomotoras en vías comunicadas por un haz de luz, caballos salvajes corriendo cerca de aquel parque de atracciones en el cual sí el inconsciente me permitía recordar me les escapé. Los hombres gordos que me aplastaban en mis fiebres infantes comían con mis símbolos particulares en la misma mesa, les atendía el hombre funesto que asaltó mi casa con un ladrillo en mi pesadilla recurrente, aquella de mi adolescencia temprana. Los países que nunca conocí, en una sola tierra, en una Pangea. El frio de Siberia en un litoral caribeño, teatro Kabuki en el Partenón, audiencia de Malasia y magnates oriundos de Somalia bajando de Falcons rojos mate. Mis mascotas muertas en un gran jardín, siguiéndose, divirtiéndose, al saber de mi presencia se me abalanzan, todas me quieren trepar (en su mayoría son gatos), comienzan a incomodarme, me lastiman, siento la falta de aire, siento nauseas. Mi amigo me termina por vomitar.
Despierto ante figuras con rasgos muy afines a los viejos Pulps de ciencia ficción: seres delgados, de piel verdosa, de ojos y cabezas enormes. Otra vez puedo ver. Los entes hablan en un lenguaje indescifrable, hay también Reptilianos. Me encuentro sobre una plancha, estoy atado, uno de los reptilianos le acerca a uno de los entes verdes una bandeja, no logró ver su contenido, tan sólo se escucha el chocar de metales. Otro sujeto verde, el líder parece, asienta con la cabeza, el reptiliano balbucea algo y le entrega un artefacto que saca de la bandeja. Parece ser una diadema, su brillo me lastima los ojos. Dos tipos verdes sostienen mi cabeza, colocan el artefacto. Las descargas recorren todo mi cuerpo, deseó hundirme otra vez en la arena, irme a mi mundo. Un olor a cigarro se encierra en el lugar en donde me torturan, los seres comienzan a transformarse, las descargas han parado. Ahora los seres lucen como humanos ¿Médicos? ¿Enfermeras? No sé cómo lo han logrado pero me trajeron de vuelta. Un “enfermero” me quita los seguros  que me ataban, me coloca en una silla de ruedas mientras hilos de mi propia saliva me escurren por la boca,  me lleva con otros tipos que parece también trajeron de regreso, que les arrancaron de sus universos. Es una prisión. Inexpertos, no podrán arrancarme de Marte, Marte vive en mis pensamientos, yo soy el rojo Marte.
Enfermera, enfermera, me permite contarle algo…

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