Tiempo

El tiempo es mi mejor amigo y mi peor enemigo. El tiempo ambiguo del esquizofrénico, el tiempo que fumas, el tiempo que soñamos, el tiempo viajado, el tiempo obsesivo felizmente vivido por un servidor y otros más; el tiempo otorga el valor… valor para hablar de comics, de ideas, de “absurdos delirantes”, de parodia, de cine, de intentos, de música, del fin del mundo, de playas vírgenes ochenteras suicidas. En fin, el tiempo es quien definirá este rollo que hoy mismo inicia e incita a la banda a que lo visite, lo juzgue, lo ame, lo odie o las dos cosas. La pertenencia digital me quitaba el sueño.

martes, 1 de mayo de 2012

Carente de chispa



Entendida en el auto reconocimiento pleno de nuestra sexualidad, el quedito sentido a la autoexploración. Por lo regular comenzamos tal exploración en el encima, por la carne, por la epidermis, de forma que nos lleva al reconocimiento interno (el placer en principio se evoca al sentido, a los sentidos).

Y nos erectamos al succionar los pezones de nuestras madres quienes nos perciben en no más que ternura. Resultas ser “razonable” hasta tu año y medio, dos años: ahí tu mierda se vuelve asquerosa, ahí tus “partes” se vuelven censurables  y  únicas. Encuentras disfrute en el roce de tu pants de actividades físicas; sientes “chispitas” en el frotarte en la pierna de la maestra de piano –te mira dulcemente, no perversamente-.

Lavas, aseas bien tu cuerpo. Tus papis te dejan ya lavarte sola (o). Sabes que esa parte roja está limpia, lo suficiente, huele al shampoo del pato. Qué importa, sigues tallando, limpiando, sientes “chispitas” como las que sentías en la pierna de la maestra, risitas y algo que no sabes cómo se llama, después le bautizarías culpa.

Ves el Gallery Magazine, hasta ese momento sólo conocías los dibujos en las bancas, esas formas como arañas partidas a la mitad, o la otra como salchicha en ruedas. Sabes que son, te gustaba hacerte el tonto, el inocente, en verdad hasta ahora no entiendo por qué, siempre fuiste, serás precoz. Ruegas que te presten esa revista; la sacaste de una mochila en el taller de mecánica. En casa sólo le revisaste -por horas- entre escobas y diarios viejos, el único lugar en donde no podías ser descubierto era allí. Al final no hiciste nada, en todo momento sentiste que tenías que hacer algo, tu sentido y común y libido tocaron la puerta más no les abriste.

Te hiciste de la idea pública, del concurso de chaquetas; aquí la cuestión no era el nivel de excitación, ni el control en la eyaculación, su valía y ganancia se adjudicaba al alcance, ajá, hasta dónde llegaba el liquido seminal, “los mecos” vamos. De mitos y otras cosas, la masturbación se hizo deporte, agenció  en primera instancia un reconocimiento público, años después se interiorizo, y de qué forma lo hizo.

Tus uñas de los pies es lo que pega con la sobrecama, tus dedos levantan el arco de tus pies a la par tu cuerpo se contrae. Y la mano izquierda continua moviéndose cada vez más despacio entre tus piernas. Las orbitas de tus ojos regresan a su lugar, minutos antes daban la vuelta a todo tu -universo- nervio óptico. Sonríes, hueles algo, eso te excita aún más, te llevas la mano a la nariz, aspiras fuertemente. Por mucho tiempo pensaste que justo así olía el amor.

Comenzaste a considerar como inaceptable, atípico el masturbarte no necesariamente pensado en algo sexual, en el coito (donde diablos se dé y cómo sea)… No, te masturbabas antes de salir  a tomar un café con una compañera del trabajo, te masturbabas –antes y después- de exponer un proyecto, te masturbabas pensando en viejos amores, te masturbabas mientras veías a James Spader estrellándose en un Little Bastard. Te masturbabas en la tremenda melancolía y en el cólera de tu existencia. Literal, figurativo o metafórico, tu vida se hizo una chaqueta mental.

El inconveniente en tu vida intima, no fueron los tipos: ni su entrega y optimismo en la cama, caray ni siquiera sus excentricidades –y mira que los hubo muchos de este tipo-, el inconveniente, es que nadie conocía más tu cuerpo que tú misma. Algunos llegaron a dejarte allí desnuda cuando veían la pasión con la que te tomabas. Otros se estimulaban al grado que se abalanzaba sobre ti, frenéticos, ardiendo, los recibías con un patada. Mal hecho, se comenzó a decir que eras lesbiana. No fue hasta que un día en un hospital, a horas –eternas- de pasar a un chequeo de corneas leíste en un suplemento que la mujer de Camus o ¿Sartre? No recuerdo, seguro fue uno de ellos, la cuestión es que su esposa (de cualquiera de los dos) mencionó abiertamente la pasión de su pareja por la masturbación, situación que a ella en un principio le ocasionó una gran zozobra, un vacío; al paso de los años terminó comprendiéndolo. Le erotizaba pensar que vivía con un hombre capaz de comprender el placer, al grado de otórgaselo a él mismo como nadie más.- ¡Demonios! ¿Por qué no lo comprenden de la misma forma mis parejas? – Me decías mientras te veía desnuda y tocándote. 

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