Se dice que el cine es la realización de un sueño, es
aquello que percibes con un deseo enorme, deseas que todo lo que pasa en esas
imágenes en movimiento fuera real, alcanzable. Te trastoca y juega todas las
emociones, te evoca sentimientos varios, la mayoría de estos podríamos decir (en generalización: el miedo, la violencia, el coraje y el
amor); comparto sin duda esa idea, qué decir si esos sueños, esas imaginerías
te explican –sin absolutos- los motivos de la vida. Partiendo de ello, existe en nuestros tiempos
un director que hace de esto una “realidad”, me refiero al señor Cristopher Nolan y todo su
grandioso equipo de trabajo, mención aparte la colaboración de su hermano Jonathan Nolan en la guionización de todas sus
películas, me encanta decir que de
profesión éste es psicólogo; en esas historias es evidente e increíblemente bien
planteada dicha labor, porque da cabida a romper en lo planteado, del poder
realizar y consumar que las incertidumbres se hagan realidades fílmicas, y ante
todo, muy humanas (en eso estriba la
psicología, en lo irrealizable y no en lo condicionado). La filmografía de
Nolan se caracteriza por pronunciar en una a una de sus películas la
complejidad del ser humano, la complejidad de sus fantasías, de llaves que
abren las puertas de lo oculto, de la magia y la ciencia como fusión para
entender a las cada vez más complejas y desorganizadas sociedades, revisadas
éstas en distintos tiempos, realidades y ahora en mundos, astronómicamente hablando.
Sus personajes , y sin duda, sus protagonistas son individuos que viven
atormentados ya sea por superar a un rival en la noble laboral de crear
ilusiones; en hombres descompuestos en su reloj biológico y obsesionados en
atrapar a un asesino que les permitirán eximir culpas; del origen mismo del mito de los héroes, una
tragedia, el doloroso y necesario camino del héroe y la fuerte necesidad de su
presencia en todos; en el saber que lo más valioso en el mundo es una
idea, un pensamiento que es blindado en las profundidades del inconsciente, en
los sueños, la –imperfecta- arquitectura del sueño.
La premisa de interestelar parte y finaliza en la relación
afectiva entre una hija y su padre, todo esto contextualizado en un planeta que le queda poco tiempo de vida (la hambruna
no es cosa de continentes), en donde las tecnologías dominantes ahora sólo
pasean, vuelan por terrenos infértiles.
De la relación dicha, un padre que tiene sueños recurrentes en donde el
desenlace es el estrellarse, lo inoperable de una nave que con el transcurso de
la película –desde la analogía- nos permite entender que el conocimiento en
ocasiones, o regularmente es condicionado por los intereses, y las necesidades,
que en el caso de la película queda al descubierto sin incurrir en tramas
políticas o gubernamentales; la necesidad propiamente empuja a los personajes a
estrellarse frecuentemente para entender los motivos de la existencia, el
afecto y la ciencia como interlocutor de la colonización no de otros mundos,
sino de la multidimensionalidad de los pensamientos.
Entre los muchos aciertos del filme, está precisamente esa
narrativa que no desestima en ningún momento el discurso científico, y miren
que esto es un reto no correspondiente sólo a las películas de ciencia ficción,
sino en cualquier producto que incluya o deseé versar sobre el tema. La
relatividad del tiempo, el viaje interestelar, las teorías sobre los agujeros negros son
tratados de tal manera que se convierten en un componente, un protagonista –no secundario-
más de la historia. El desprendimiento es otro de los temas, que
desprendimiento más agravante que el de separarse de lo que más amas, una hija, el mundo mismo;
internarte en un mundo oscuro que del otro lado tendrá más preguntas que
respuestas. Porque precisamente el pragmatismo ha sido una de los rasgos
particulares de Nolan, la función del cuestionamiento en donde este director
desplaza a la palabra para explicarnos por medio del simbolismo, sea puesto
éste en el color (la fotografía), en la frialdad y el encierro de una nave
compartida por apenas cuatro tripulantes y un robot (me recuerda a aquellos
primeros e inmensos procesadores de información o a los martillos andantes de
The Wall) al que puedes regularle el humor, la ironía ante la vida de sus
creadores (eso me recuerda el presente). La “armonía” de los mundos a
conquistar serán motivo subyacente de más símbolos: un mundo acuático (inundado),
un mundo frío (congelado) y un mundo de piedra (rígido), el cuarto mundo es el
elemento que parece ser el mensaje de Nolan, el amor, el cual se entrelaza en
los sistemas biológicos y artificiales, en las teorías, en las leyes que
dominan el universo.
Porque a veces podemos explicar el mundo y la vida magistralmente,
y otras tantas ocasiones nos reducimos a la imposibilidad de sólo contemplarlo,
en el polvo que gravita, que trata de decirnos algo que seguimos sin
comprender, entender.
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