Y el lugar estaba repleto de mujeres, niñas, féminas. Todas
ellas en largos vestidos de gala. Parecía que celebraban nuestra llegada;
nuestros pasos firmes sobre lo que parecía una alfombra que no llevaba a ningún
lugar. Las manos de las chicas querían alcanzarnos, sus manos que al verlas más
de cerca eran pálidas, muertas hubiera llegado a considerarles si no fuera
porque les veía agitadas, habidas de
tocarnos, llevarnos. Algunas de las mujeres nos reverenciaban, pensé que no era
para tanto, sin embargo me gustó la sensación de saberme deseado, pensado como
un objeto del deseo. Y tal fue mi vanidad que me quise ver en sus ojos; me
acerqué a una de las niñas que corrían presurosas a nuestro encuentro, sus
vestimentas del preclásico me inquietaban. Los pequeños tirantes ponían al
descubierto unos hombros huesudos, sus carcajaditas combinaban con la fragilidad de sus huesos. Regresé a
los ojos, me busqué en ese rostro verdoso, su parpadeo apresurado no me dejó
verme.
El negro, sólo pude verme en el negro.
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