domingo, 21 de julio de 2013
33
Ella representa el arquetipo de la Madre que da origen a las constelaciones en tanto, a la esencia de lo que somos; cuatro arcanos resguardan la superficie de la vida psíquica: la devoción, el amor, el calor y el deleite. El león es el impulso reprimido de todos, responde al mero instinto, vive en nosotros en resguardo, mas siempre libre a salir cuándo le plazca. No tiene reglas, ocasionalmente puede crear las propias –si así lo quiere- y lentamente convertirlas en tolerancia, temple y fuerza.
La mano derecha de la Madre sostiene la máscara eterna de los que habitan la superficie. Le ves, puedes llegar a ella por el origen de la vida y llegar –quizá- al corazón y al espíritu. Ese ojo derrama lágrimas sobre la celebración del hedonismo, el ego disidente que debe permanecer abajo, fluyendo como recordatorio de lo irrepetible. Los cubos, el de abajo encuadra la rigidez y el encierro del tiempo, no permitiéndole correr, se estanca en deberes, en números que castigan en lugar de incrementarse (asimilándose) y abrir posibilidades; además es la bestia a la que encierra, y como dije ésta puede liberarse cuantas veces quiera. El otro cubo mantiene en cautiverio –auto infligido- el prisma de los afectos, del amor comprendido en rededor, libre cuando lo decida. Las cuatro líneas verticales no pretenden un encierro, son los elementos que dan sentido a la fe.
La línea que corta el cuello derrumba cualquier posibilidad de encontrarse en equilibrio. Las flechas y su dirección llaman si quieren a la autoconciencia, me gusta más el Sí mismo; la corona y las cinco estrellas nos habitan, habrán de hallarse en lo etéreo.
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