miércoles, 26 de diciembre de 2012
Carta abierta al triunfo de Márquez
Eduardo Arroyo
La pelea del día de ayer fue una lección esencial de vida, sobre todo para despertar nuestra vena de escepticismo y por supuesto para sembrarnos un incesante chorro de publicidad, tal cual manguera de policía anti manifestantes (aunque esto se hace con frecuencia, regularidad que se hace cotidiana. No lo del manguerazo, eso llegará a ser frecuente, me refiero al bombardeo publicitario).
Sé que muchos me acusaran de insidioso, de ir contra corriente, es más, los conservadores podrían llamarme “¿anti patriota?” (sí, hay individuos que pueden llegar a ese nivel en tan sólo un fin semana); el detalle es que ese triunfo me sabe a medias, medias usadas, montadas (no fue mi intención que tomará dirección cortesana), una escenificación óptima para estos días que emulan –y nos llevan, nos tienen- en el ojo del huracán: nuevo presidente, nuevas reformas, represión que parece provocación, Tijuana campeón, narco en no asomo, cátedra en Harvard, la enfermera suicida ¿o asesinada?, fin de año, fin del mundo (me persigue la idea de si en realidad fuese cierto…) y una larga fila de eventos que van de lo más burdo a lo más burdo; la nota actual exige ser inverosímil, burda, sus desenlaces son asunto de quién lo analice o lo trague, y aquí es precisamente en donde bajamos, veamos:
Como sociedad sofocada que recorre el sinuoso camino necesitamos un tanque- una máscara (ja)- de oxígeno, algo que no nos permita pensar que al final la cabeza y el resto del cuerpo nos van a reventar. De tal forma nos hacemos de una buena vez de un campeón, y que mejor si éste es púgil (la fascinación sobre el héroe pugilista es que sirve a todas las clases sociales, a todos los géneros y a todos los partidismos (PRI de calzoncillos), ah y a todo el mercado. Fíjense, ayer por quisquilloso y para pasar mejor los espacios entre round y round me clavé en los comerciales. Busqué saber de qué iban, qué podrían ofrecer al público en medio de una pelea que nos podía inflar o desinflar el ego colectivo, curioso, lo ofrecido fue lo siguiente: autos (sin uno no eres nada, además el automóvil es una capsula literal de comodidad, de hedonismo), Shampoo (debes preocuparte más por lo que está afuera de tu cabeza que por lo que está adentro. A nadie le importa qué estás pensando, bueno sí, a Facebook; películas (estrenos irrelevantes y palomeros), desodorantes (porque el valor, la voluntad y la gallardía no se llevan con el mal olor), pegamentos (…), celulares (el producto por excelencia, cobijo y gasolina del estatus, la comunicación y el entretenimiento), cervezas (compañero eterno) , bancos (no somos tus enemigos, te libramos de nosotros mismos haciéndote esclavo de nuestras tasas) y Gobierno de la República (legitimar a partir del buen gusto, un gobierno sofisticado que esconde su ya conocida deformidad).
Pero volvamos a lo nuestro, lo anterior es intrascendente, se vuelve trascendente cuando te lo repiten más de cinco veces en menos de treinta minutos… un tabique partido, una caída en la lona del ególatra campeón en el round 3, después un juego de piernas y un volado que pone en el suelo al retador, la emoción se desborda, tan cerca y tan lejos. Un regreso furtivo del filipino pone en aprietos a los coros latinos en Las Vegas, “Si se puede, si se puede” y se pudo. Sexto round, derechazo a la cara del político campeón, “fulminado”, la reacción del presente es el aplauso sincero, la algarabía y el “agüevo”, “vales madre pendejo”, “tenemos campeón”… La cámara apunta una vez más (lo hizo desde el principio) a la botox esposa del ahora ex campeón; sus lágrimas son peores que las de un estudiante de actuación de Televisa, es incrédula ante el hecho, su esposo “inconsciente” desfallecido en la lona. Alguien que le pase por favor a la señora unas lágrimas de utilería. El discurso del nuevo campeón es en principio el agradecimiento a su gente, a su país, al pueblo. Se siente programado, la excitación no revienta sus pupilas, el corazón no habla; parece que todos están a gusto con el papel desempeñado, quiero decir: la derrota no huele a derrota, no aparenta pérdida, mientras tanto el triunfo parece vaticinado, en tanto que lo espontáneo se aparta.
Pero qué diablos, qué mierda ¡Tenemos campeón! ¡Somos campeones! ¡Somos chingones! Además viene la navidad, la rosca y después el carnaval. Mis propósitos de fin de año serán hacerme de un carro, un cel, me sacaré una cuenta bancaria al fin que este gobierno parece que si quiere hacer las cosas bien, por tanto verá por nuestro beneficio, nuestros intereses; incluiré de igual forma un pegamento, uno nunca sabe ¿Un pegamento? Esto en verdad pega de locura, es nocáut de fin de año.
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