Entendida en el auto reconocimiento pleno de nuestra sexualidad, el quedito
sentido a la autoexploración. Por lo regular comenzamos tal exploración en el
encima, por la carne, por la epidermis, de forma que nos lleva al
reconocimiento interno (el placer en principio se evoca al sentido, a los
sentidos).
Y nos erectamos al succionar los pezones de nuestras madres
quienes nos perciben en no más que ternura. Resultas ser “razonable” hasta tu
año y medio, dos años: ahí tu mierda se vuelve asquerosa, ahí tus “partes” se
vuelven censurables y únicas. Encuentras disfrute en el roce de tu
pants de actividades físicas; sientes “chispitas” en el frotarte en la pierna
de la maestra de piano –te mira dulcemente, no perversamente-.
Lavas, aseas bien tu cuerpo. Tus papis te dejan ya lavarte sola
(o). Sabes que esa parte roja está limpia, lo suficiente, huele al
shampoo del pato. Qué importa, sigues tallando, limpiando, sientes “chispitas”
como las que sentías en la pierna de la maestra, risitas y algo que no sabes
cómo se llama, después le bautizarías culpa.
Ves el Gallery Magazine, hasta ese momento sólo conocías los
dibujos en las bancas, esas formas como arañas partidas a la mitad, o la otra
como salchicha en ruedas. Sabes que son, te gustaba hacerte el tonto, el
inocente, en verdad hasta ahora no entiendo por qué, siempre fuiste, serás
precoz. Ruegas que te presten esa revista; la sacaste de una mochila en el
taller de mecánica. En casa sólo le revisaste -por horas- entre escobas y
diarios viejos, el único lugar en donde no podías ser descubierto era allí. Al
final no hiciste nada, en todo momento sentiste que tenías que hacer algo, tu
sentido y común y libido tocaron la puerta más no les abriste.
Te hiciste de la idea pública, del concurso de chaquetas; aquí la cuestión no
era el nivel de excitación, ni el control en la eyaculación, su valía y
ganancia se adjudicaba al alcance, ajá, hasta dónde llegaba el liquido seminal,
“los mecos” vamos. De mitos y otras cosas, la masturbación se hizo deporte,
agenció en primera instancia un reconocimiento público, años después se
interiorizo, y de qué forma lo hizo.
Tus uñas de los pies es lo que pega con la sobrecama, tus dedos
levantan el arco de tus pies a la par tu cuerpo se contrae. Y la mano izquierda
continua moviéndose cada vez más despacio entre tus piernas. Las orbitas de tus
ojos regresan a su lugar, minutos antes daban la vuelta a todo tu -universo-
nervio óptico. Sonríes, hueles algo, eso te excita aún más, te llevas la mano a
la nariz, aspiras fuertemente. Por mucho tiempo pensaste que justo así olía el
amor.
Comenzaste a considerar como inaceptable, atípico el masturbarte
no necesariamente pensado en algo sexual, en el coito (donde diablos se dé y
cómo sea)… No, te masturbabas antes de salir a tomar un café con una
compañera del trabajo, te masturbabas –antes y después- de exponer un proyecto,
te masturbabas pensando en viejos amores, te masturbabas mientras veías a James
Spader estrellándose en un Little Bastard. Te masturbabas en la tremenda
melancolía y en el cólera de tu existencia. Literal, figurativo o metafórico,
tu vida se hizo una chaqueta mental.
El inconveniente en tu vida intima, no fueron los tipos: ni su
entrega y optimismo en la cama, caray ni siquiera sus excentricidades –y mira
que los hubo muchos de este tipo-, el inconveniente, es que nadie conocía más
tu cuerpo que tú misma. Algunos llegaron a dejarte allí desnuda cuando veían la pasión con la que te tomabas. Otros se estimulaban al grado que
se abalanzaba sobre ti, frenéticos, ardiendo, los recibías con un patada. Mal
hecho, se comenzó a decir que eras lesbiana. No fue hasta que un día en un
hospital, a horas –eternas- de pasar a un chequeo de corneas leíste en un
suplemento que la mujer de Camus o ¿Sartre? No recuerdo, seguro fue uno de
ellos, la cuestión es que su esposa (de cualquiera de los dos) mencionó
abiertamente la pasión de su pareja por la masturbación, situación que a ella
en un principio le ocasionó una gran zozobra, un vacío; al paso de los años
terminó comprendiéndolo. Le erotizaba pensar que vivía con un hombre capaz de
comprender el placer, al grado de otórgaselo a él mismo como nadie más.-
¡Demonios! ¿Por qué no lo comprenden de la misma forma mis parejas? – Me decías
mientras te veía desnuda y tocándote.