Tiempo

El tiempo es mi mejor amigo y mi peor enemigo. El tiempo ambiguo del esquizofrénico, el tiempo que fumas, el tiempo que soñamos, el tiempo viajado, el tiempo obsesivo felizmente vivido por un servidor y otros más; el tiempo otorga el valor… valor para hablar de comics, de ideas, de “absurdos delirantes”, de parodia, de cine, de intentos, de música, del fin del mundo, de playas vírgenes ochenteras suicidas. En fin, el tiempo es quien definirá este rollo que hoy mismo inicia e incita a la banda a que lo visite, lo juzgue, lo ame, lo odie o las dos cosas. La pertenencia digital me quitaba el sueño.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Cartel ochentero



Antes de la caída del Muro de Berlín “el fin de los tiempos” y de que supiese de las repercusiones que traería eso, pasé momentos excepcionales, y al referirme a excepcionales no hablo de buenos o malos, no, fueron momentos singulares sin carácter aburrido de binomio. Diez primeros años de mi vida, testigo y engrane de una yupi –colectiva- existencia; aun niño necesariamente fui –fuimos- influenciado por tendencias, pensamientos y direcciones. El país salía de las crisis, responsabilidad secundaria de un presidente que se comprometió a defender el peso como un perro, su único canino actuar fue el del saqueo. Atrás iba quedando el México del Mundial (gran chivo expiatorio), aquel que sentía íntima relación con el resto de América (sus disputas sociales, guerrillas y equidades hasta ahora impensables, adiós Lucio Cabañas). El país comenzaba a tener sus deslices de una ofrendad cosmopolita, deseoso de pasar de un subdesarrollo al desarrollo ya cantado en el artificio. En el 82 de la Madrid era el neto responsable del breviario nacional, entre el Gran Marquis y un LTD ominoso, del tinte para las canas al placer de los centros nocturnos. El resto del mundo celebraba al balón en la península Ibérica, el Ayatolá fungió como el villano de la historia, necesidad de un némesis inmediato que, en el débil Carter no hallaba correspondencia, fue en un ex actor donde se erigía la figura hegemónica; republicanísimo y en consecuencia conservador legitimo de los valores absolutos. Sus proyectos interespaciales emularon a la saga que en ese mismo año presentaba –para muchos la mejor, me incluyo- su segunda parte: El Imperio contraataca. Mientras tanto los infantes por acá construimos pistas imposibles entre la cárcel y la metita. En hoyitos y encantados quemábamos calorías luego recompensadas en chocorroles, mamuts, gansitos y frutsis. Muchos temerarios tomábamos agua directo del grifo a falta de un billete púrpura de Carranza. Pocos, recuerdo, compraban garrafones de agua, su peligrosa manipulación (envases de cristal) les hacían imprácticos, nuestras madres preferían hervir el agua. La Coca Cola familiar tenía vida promedio para tres días en el refrigerador. Una sacudida televisada vendría en el septiembre del 85, fue el primer trágico evento nacional televisado, un sesgo de solidaridad invadió el espíritu medianamente –y mediáticamente- corruptible de la nación.
En las fiestas de cumpleaños las filas para jugar el Punch Out eran muy largas, tan largas como las filas para echar el doble de Street Fighter, sólo así podías jugar con Ken. Las Turtles, las Tutankamon, las Cosmos y las Galaxi, allí también rentabas Beta y VHS; Los critters, los porkis, Hellraiser, Turbocop, Alligator, Cocodrilo Dundee. Mi primo trabajaba en una hamburguesería en la plaza donde estaba el boliche, aquel adonde llegaban los chicos después de la prepa, dejando sus trappers al lado de una Diet Coke. Zapatos sin calcetas y pantalones deslavados; ellas en el tocador dándole forma al fleco o acomodándose las hombreras. Igual el día en que vi Bala de Plata, He Man, Cobra o Pelotón en el multicinemas, cuando me aterrorizaban los carteles que anunciaban películas como el “Sacristán del diablo” y “el despertar del diablo”. Al mismo tiempo dos adolescentes en blusones -una de ellas llevaba el de Ziggy y la otra uno de Garfield- me sacaron la lengua mientras se comían su Danesa 33.
Ir a la primaria durante los ochentas fue un placer, entre los paseos en la vagabundo, la ojeada al Video Risa y los juguetes de mis cuates, envidié siempre la serie de ninjas que se estiraban. La fiebre ninja, películas y estrellas de papel ninja. Novedades echó muchas telarañas en papel, de 15 días y semanalmente la diversión con el amigable vecino allí estaba en el puesto de revistas, al lado a veces de los alarma juntito a las Ejea y su variedad de Sensacionales: mercados, sirvientas, albañiles, traileros y luchas. Las luchas de los sábados, tortuoso el hecho de que te gustasen las luchas cuando la mayoría les despreciaba; el Box y Lucha fue un inseparable acompañante. Los domingos en la Arena fueron irrepetibles, los jueves me quedé muchas veces sin ir, ese día no sólo luchaban los locales, venía Shadow Jr, El trío fantasía, Black Man y demás.
Y en el mundo, las olimpiadas de Seúl, la Guerra fría, la sacudida de Watchmen y un Miller que envejecía-rejuvenecía la figura de Batman –durante la caída del muro de Berlín un chico de la Alemania del Este enfundado en una playera del Murciélago corría eufórico hacia la libertad-. De muchos álbumes de estampillas me hice, no todos llené (era imposible encontrar algunas estampillas de Mazinger o de los Thundercats). Mi amigo, el hijo del diputado las tuvo todas; en su casa escuché mi primer CD, en sexto año escuchando a Quiet Riot, Megadeth, Warrant, Mr. Big, Poison, Alice Cooper, Skid Row, Iron Maiden, los primeros de Sepultura, los Alive de Kiss, el Bad Medicine entre otros. De cintas regrabadas de calidad Gauss me hice de mi colección, potentes sonaban en mi grabadora de doble casetera. Amaba mis L.A Gear y correr con ellos tronando huevos en las ventanas de los vecinos, libre de ir y venir, sin preocupación, sin angustia, mi futuro comenzaba a ser una predicción en la televisión satelital, y del sueño de tener un día Cablevisión. En la televisión me describirían el mundo, mis tardes saltarían del Tienda tras tienda de Imevisión a la MTV.
Ahora no tengo la necesidad de exigirle a mi memoria el colapso de imágenes deseadas, tengo cable, hasta internet, y conozco –reconozco- que aún teniendo todo eso anhelo en desmedida volver en un Delorean a los ochentas.

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