El día, la mañana pintaba según para muchos el triunfo, el
inicio de una semana que les cambiaría el ciclo de cada lunes. El
resultado, la historia ya la conocemos
todos, aunque en este espacio no se dará pertinencia a ello, pronto habrá una
opinión que distará y no.
Después del penalti el plan con la familia (tías, tíos, primos
muy preciados) fue el de irse al mar, el tío Spider-Man siempre conoce las
mejores costas y ríos del estado, habría entonces que aventurarse sin dudarlo.
En la batea de la camioneta con los primos, los novios,
las novias de los primos y el sorprendente tío Araña, sintiendo el sol en
la cara, en los brazos, con las toallas como islamitas, el resto en la doble
cabina llevándonos al rumbo del que me dijeron era una playa apacible que, a
nuestro regreso bautizamos con las
primas como una playa “medianamente virgen”. Durante el trayecto mencionaron
que el camino lo pavimentaron hace poco, poco después de las inundaciones del año
pasado; me relataron un episodio escatológico sobre intestinos gruesos y otras
historias de unos borrachos adultos. Curioso, de igual manera a nuestra partida
nos tocó ver a un borracho local a un costado de la carretera, sus amigos
–debieron serlo- venían torpemente a su rescate, he de pensar que las
fuerzas no les sobraban, así que optaron por apoyarse de una carretilla para
trepar al amigo, igual ni a la cama llegó.
En efecto la playa era especial, especial en sus olas, en
su arena compuesta en su mayoría de pequeñas piedritas, conchas, en su pequeño
brazo que hacía de río, laguna. Justo ahí inició una de las muchas aventuras,
pero todo a su tiempo, la regocijante dispersión no hará mella aquí. Con
bermuda prestada y con la pata madreada me dirigí al agua, a las olas
revoltosas presentadas por el cielo entre gris y gris, azul y purpura
(percepción madre de la realidad). La arena se comía mis pies, supongo que fue
la sutil advertencia del agua salada, dejándome claro que aquí no me podría sumergir
como en mis sueños, ni como en mis
líquidos favoritos; hice caso y pise delicadamente, en la más espumosa de las
olas me sumergí, mi intención no se acompañó de purificación alguna, la misma
agua a veces no cree esto, pienso que llega a detestar que le vean como canal
purificador ¿Qué culpa tiene el agua de nuestra suciedad?
Echando la torta, el sándwich, recargado en la batea, llegó
un hombre pasado en tragos, pasado en panza a solicitar auxilio, me dijo: “mi
camioneta se está hundiendo, podrías ayudarnos con tu camioneta para sacarla,
está a la orilla del río…” Aclaro, evidentemente no era mi camioneta, ni manejar
sé (ni nadar), le conté de inmediato a mi primo (el dueño y conductor),subió a la
camioneta con el ebrio de copiloto, mi sorprendente tío y el novio de una prima se fueron en
apoyo. Salí corriendo tras ellos, no me quería perder a la camioneta Tracker que
ahora veíamos sumergida casi a la mitad; más borrachos dando una variedad de sugerencias para sacarla, una gorda parece que pareja, amante, familiar de quien pidió
auxilio flotaba junto a la camioneta a manera de una supervisión ridícula. Otra
de traje de baño negro de pelo corto sólo se cansaba al son de no ayudar en nada. Se
amarró un nudo al chasis de la camioneta, el dueño que resultó que no era el
dueño de la camioneta sino su hermano que, por cierto no iba, giraba el volante
evitando más atasques. Entre chismosos, borrachos, estorbos y familiares
comenzamos a jalar, la cuerda reventó y yo me fui de nalgas al suelo, disimulé
dos, dos. Dejé que los profesionales se hicieran cargo y me uní a la gorda que
ahora se encontraba fuera del agua, su traje de baño era como un látex negro que contenía los
reclamos, la pesada vociferación de decirle al torpe –conductor- de nueva
cuenta la advertencia que le mencionó justo cuando acercó tanto la camioneta a
la orilla “¡Te dije que se haría un desmadre!”. A lo lejos –ni tanto- una mujer
tomaba vídeo, otros fotografías, opté por estar fuera de cuadro. Vino nuestra, su salvación de lo que parecía la resignación
del ver la camioneta hundirse totalmente, esto fue un tractor y una cadena que hizo la tarea que ni
once personas aproximadamente pudimos realizar. Regresamos y vimos el abrir de la puerta del conductor, salía una
encabronada chorrera de agua acumulada en su interior. Esa camioneta pasaría su
noche en la playa. Seguimos con nuestro banquete en el que entre bocados nos
indignamos y nos mofamos de los que casi nos hunden nuestra tarde.
Mi tío me señaló la ubicación de un hotel que se lo llevó la
mar. Desde la llegada podías ver unas casas de playa a menos de un kilómetro de
la costa ¿En serio, qué pensaban qué pasaría al construir casas en ese punto?
Parecían ruinas de pirámides que exploré después de una sentada en la arena,
luego de un partido de fútbol que tenía años no me aventaba, di lo mejor de mí
saliendo lo peor en un 4-0 de medio tiempo, la familia firmó la derrota, el
equipo del tío fue el ganador. En mi solitaria exploración vi una cama sin
colchón y sí con mucha arena, no sé por qué no me adentré al resto de la casa,
de las casas, quizá porque les tengo planes para un posible regreso.
No me llevé ni arena, ni conchas, ni peces como lo hacía con
mi mamá o mi papá, en un vaso desechable revotando en el de segunda. En cambio
nos llevamos tiempo compartido, experiencias distintas y momentos alterados
pero de buen sabor, como las gotas chocándonos
a los mismos ocupantes de la batea; la gorra del amigable tío se la llevó una ráfaga
de viento en la carretera dejándonos su peripecia
vista cuando nos cubrimos con una lona de la lluvia hasta nuestro regreso. Se me ocurrió
entonces que sería una buena forma de regresar a describir algo, en atención al
recordatorio que los distintos sucesos son irrepetibles, y por supuesto únicos.
A mi familia y a ese corto viaje que finalizó en una
agradable noche de lluvia en domingo.