Tiempo

El tiempo es mi mejor amigo y mi peor enemigo. El tiempo ambiguo del esquizofrénico, el tiempo que fumas, el tiempo que soñamos, el tiempo viajado, el tiempo obsesivo felizmente vivido por un servidor y otros más; el tiempo otorga el valor… valor para hablar de comics, de ideas, de “absurdos delirantes”, de parodia, de cine, de intentos, de música, del fin del mundo, de playas vírgenes ochenteras suicidas. En fin, el tiempo es quien definirá este rollo que hoy mismo inicia e incita a la banda a que lo visite, lo juzgue, lo ame, lo odie o las dos cosas. La pertenencia digital me quitaba el sueño.

sábado, 10 de agosto de 2013

Borrador (2)



Mi inexactitud de tener las cartas –de respuestas- sobre el piso, la dificultad de decidir de las dos seleccionadas cuál sería la conveniente. Ambas me convenían, ambas no podían estar en el mismo sitio en el mismo instante, son la cabeza o el total en permanente supervisión. Me giraba en la cama, no conciliaba el sueño ¿Qué debo hacer? ¿Por qué no se va la sensación al campo de las indecisiones? ¿Es el campo de las indecisiones el lote que no ya no renta espacios, que es ahora tan ficticio como su uso?  En las dos primeras horas de madrugada hice a un lado la sabana, fui al muro de mis recordatorios y ahí escribí con lápiz Dixon Métrico 1910-2 “No es tan fuerte el conflicto como fuerte debe ser la solución”. Regresé, dormí y entré: Mi abuela me esperaba en la terminal de aquellos recuerdos soñados. Tengo la certeza de que es la misma central, tan seguro como la “tangibilidad” de los vagones y del número de la linea de autobuses en donde atrás de un cristal aguarda la abuela fallecida hace más de 8 años a la espera de su nieto para ir a no sé dónde. Salgo de casa, veo el reloj, queda una hora cuarenta y cinco minutos para partir. Hasta en sueños me doy el irresponsable lujo de saciar mis inquietudes, mis cándidas reafirmaciones en los momentos menos adecuados. Giro en la tercera avenida. Me recibe mi amigo el cual reparaba un mini-moto. Me pide que la aborde, quiere tener la seguridad de que su arreglo está completo. Temo sin decírselo, no que sea una trampa, desarticulo trampas y me quedo atrapadas en ellas por simple gusto, temo no poder conducirla. Mi cuerpo está sobre la pequeña motocicleta roja, como si de una mujer pequeña y ronroneante se tratara; le hablo al tanque de gasolina diciéndole que yo sé hacer esto que no hay de qué preocuparse. Mis manos aprietan en el manubrio, aceleramos. Tengo la entera confianza de que no me estamparé, de que  no nos haremos daño. Y así es. Entre aceleradas y frenadas logro avanzar, voy metiéndome entre los autos, olvido que alguien me espera. Veo el reloj, falta una hora y me imagino a mi abuela volteando en todas direcciones esperándome verme llegar. Regreso con la moto hasta donde mi amigo se limpia las manos de restos de aceite, una sonrisa en su boca me dice que está más que satisfecho con su trabajo. Bajo de la motocicleta y le digo que está perfecta. Nos despedimos, quedamos para otro día y comienzo a correr en dirección a la terminal. En el trayecto y deseoso de prolongar mi llegada me detengo y toco el timbre de una casa de un muro color melón sin ventanas. La chica dulce joven no adulta me recibe. Trae el pijama que ajusta sus caderas y muslos, de las rodillas hacia abajo la prenda ha perdido ajuste, cuelga la tela sobre los dedos de los pies que se asoman. Me invita a pasar. No tengo tiempo (no lo he tenido, sólo lo he “organizado”) para reclamarle, tendría que hacerlo, pero entonces en qué momento me acercaría a sus caderas, a la boca que ahora sólo arrastra las palabras como una caña de pescar  en donde yo he mordido el señuelo de su  ropa interior que se asoma del resorte de su pantalón. La maldigo y la deseo. La compañera de habitación interrumpe justo cuando estaba a punto de convérsele que no era necesario que me comiese –ahora- con sus reclamos. Me despido de ambas, mientras en un piso arriba la música Rap se hace escuchar. Las rimas se hacen el estímulo de mis piernas bajando a toda prisa las escaleras, tengo 15 min para llegar con mi abuela. Jalo el mango de la puerta, tiene seguro, le grito, baja con las llaves, le digo que abra rápido. Por fin estoy afuera. Avenidas desconocidas sin banquetas me llevan a colocarme entre líneas que dividen los carriles, ningún taxi se detiene, diez minutos me separan del compromiso. Suena mi alarma, despierto.
Son las diez de la mañana; decía un protagonista de una película de ciencia ficción medianamente efectiva que vi por segunda vez en repetición por TV: “En un día puedes hacer muchas cosas”, me retumba esa frase y me empuja la culpa del tiempo desperdiciado. Es sábado no tengo responsabilidades predeterminadas, así que la Mea Culpa aminora, aunque la frase retumba como la preocupación de la noche anterior. La angustia es un bien común que constantemente no se comprende y se le da marcha forzada, impulsiva del hacer en el resolver sin resolver. Al final es presta a la revolución de los pensamientos en la energía que acongoja la imposibilidad de la solución, pero que inspira a toda idea que incluye los infinitos escenarios desastrosos.  Ay este mundo que así nos instruye para continuar ansiosos en proyectos –amontonados- que alguna vez habrán de hacerse. La lucha se obstina a quedarse en el plano mental, viéndose en ventaja el escenario lúgubre de nuestra necesidad del auto saboteo mucho antes de actuar. Es la instrucción y el sistema de pertenencia existencial: preocuparte por la preocupación que se hace imperio indestructible. Encuentro su talón de Aquiles en la frase del protagonista de aquella película que ahora me sabe mejor. Desayuno huevos, tres tortillas y un vaso con juego de uva.
Ese día visité a una amiga que para sobrellevar su personalidad obsesiva-compulsiva -me contó- había solicitado en un supermercado trabajo, dejando claro que no quería remuneración alguna por su labor, es más, que ella les determinaría cuáles serían sus horarios de jornada. La tomaron por loca, aún insistiendo de las ventajas que les traería tener a una persona como ella dentro de su empresa: “A ver señor, imagine, quién le cedería su tiempo -gratis- con tanta pasión y compromiso como yo para el acomodo de los pasillos de productos lácteos, de limpieza, el departamento de blancos, el departamento de juguetería, carnes frías, salchichonería, telas, Juniors, enlatados  por mencionarle algunos. Haré un acomodo inimaginable para cualquier experto  de mercado, en donde la distribución y organización de sus productos harán que sus clientes queden estupefactos, impregnados no tan sólo de la necesidad del producto, de eso ya se hacen cargo sus comerciales y el indiscutible efecto mediático (igual si me permite, encuentro algunas ambigüedades. Le comentaría de éstas en el caso de que me acepte). Mi tarea es propiciar, crear un mundo maravilloso de orden en donde sus insaciables e incontables clientes… podemos hacer estratégicamente un listado de consumidores sustentando en el género, la edad, el nivel de estudios de sus clientes. Sí, lo  sé, me dirá que tales manuales y estudios ya existen. Pero señor no como los míos, se lo aseguro. Colores, formas, olores, productos ordenados en orden alfabético según sean las letras, verbos, palabras  regulares de nuestro idioma y de los distintos argots. Cremas y pastas delantales que podrían vincularse con estudios meteorológicos, del clima en donde conoceríamos el humor de nuestros clientes en tres semanas antes de que ellos mismos los experimenten; quiero decirle que hay productos de aseo bucal que se asocian con las estaciones del año, solemos sonreír más en verano y en invierno, sí, hay un porcentaje de melancólicos en dicha estación sin embargo también se  abarrotan millones de sonrisas en los aparadores que ven en el maniquí y en la sonrisa blanca, perfecta de la modelo de las marcas de pastas dentales más prestigiosas del mundo, la felicidad. A ver ¿Sabe usted cuándo se consume el mayor número de carnes blancas y rojas? ¿Conoce las ventajas que nos dan los pseudo-vegetarianos que buscan en su productos la reivindicación del desmedido descontrol de sus propias carnes? Una más, los tintes de cabello, uff, señor ahí tenemos la gloria de saber cuántas veces nuestros clientes no quieren ser ellos mismos por la simple teoría y psicología del color. Rubias expectantes pero seguras, apiñonadas de libido sobrio aunque flexibles en su sexualidad. Pelirrojas determinantes en el rizo ondeante de su ondulado ser. Como verá puedo hacer de ustedes la tienda de supermercados número uno, y gratis señor. ¿Qué le parece? “
El hombre del departamento de Recursos Humanos le vio incrédulo mientras pegaba compulsivamente con el dedo indice el plástico de un costado del tablero de su computadora. Tomó aire y articuló un claro “Haga el favor de irse”.

Después vendría una antología de insultos que mi amiga tuvo para el responsable de Recursos Humanos de aquella tienda. Le dije que no se lo tomara tan apecho, que desgraciadamente hay personas que no pueden ver más allá de sus títulos y cursos que engalanan el muro tras sus espaldas. Quiso seguir contándome de sus métodos infalibles de acomodos y mercado, le di veinte minutos. Nos despedimos con un beso y me encaminé a la tienda más cercana a comprar tres tubos de pasta dental.

No hay comentarios:

Publicar un comentario