Hace años tuve la posibilidad de leer a Clement en su famosa Operación Bolívar, ahora disfruté de sus Perros Salvajes. Edgar Clement es exponencial ejemplo del folclor, el truco –su truco- está en cómo presentar dicho folclor, cómo hablar del antepasado (prehispánico) sin caer en “cursilerías” históricas o comerciales, cómo hablar de lo que nos desgarra, cómo purgarse de tanta mierda, violencia y corruptela, cómo dar cuenta de manera atractiva, entretenida, contundente de que vamos patrás y que confundimos progreso por industrialización, homogeneizando identidad. Cabría decir que uno de los engranes mayormente logrados de este autor es el manejo simbólico, allí reproduce toda función mitopoyética, incluida la fervencia de la religiosidad y la imprudencia política y gubernamental (no es sólo nacional, jala parejo, es global a más no poder sin caer el rapto de fórmulas, cosa que se agradece bastante); tenemos entonces en sus Perros Salvajes el mito del Nahual (recurrente en Clement) que encara directamente; es canal para hablar de un sinfín de complejos de identidad, es canal de reclamo sin ánimo de contestarío, por mucho Clement se aleja de eso más no lo excluye: no excluye al narco, no excluye la pobreza, no excluye al “sistema”, no excluye la inconformidad, no excluye lo teológico, no excluye la herencia social, no excluye la distopía. Y allí nos lleva Clement en la consecuencia de sus símbolos (de sus expresionistas viñetas) que son nuestros símbolos, a veces poéticamente, en otras tantas muy drásticamente, trágicamente nos reconocemos en esos Perros, en sus nahuales, en una lucha que va cambiando de matices, de sentido eso sí siempre místico.
En cada página de esta obra vemos a Castaneda, vemos la nota roja. Los Perros Salvajes son como colocar un gran espejo en lo alto del cielo, el cielo de nuestra tierra, de nuestro pueblo. No siempre lo que vemos o reflejamos es agradable pero al final somos nosotros.
domingo, 10 de febrero de 2013
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