Salir de un lugar del que no te sientes parte; los rostros
jóvenes, el movimiento de las cabezas de los chicos –despreocupados- al ritmo
de sus tiempos, de sus momentos. Una chica de ojos delineados en negro le dice
a otra que no quisiera que "él" se entere de las ganas de ella por su amigo. Entran cuerpos
cubiertos del frío, otros salen cubiertos de mezcal. Mujeres de cabellos
atrapados en el listón verde que roció mi atención; algo contundente tuvo que
haberle dicho el acompañante de overol, ella le besa las manos como sí las palabras de éste hubiesen sido lo
más maravilloso que le han dicho en su su vida. Las sonrisas de ambos les vi en el espejo, en la
parte ocre. Y entre tanto ni los tragos, ni cualquier otro estimulante me
arranca la idea de que estoy envejeciendo; la idea misma no tendría afronta, el
problema se suscita al verme esperanzado en los rostros de aquellos que, hasta
ese ruidoso –penumbroso- instante dejan de darme fe. El lugar no es la iglesia ni recinto alguno de ese tipo, aunque no deja de ser ilusorio y choqueante
encontrarme lleno de santos, de fervor (lástima que la música no se
ve inmiscuida en la fe, en la devoción). ¿Hay ilusiones en todos los allí presentes?
Al menos por esta noche sí. A mis amigos, a mí, se nos acaban las expectativas,
se nos ve en las frentes más amplías a falta de cabello, en nuestro uso del
léxico el cual se impide decir tantas barbaridades y groserías; en su lugar
la saliva da cuerda a la “experiencia”, al sentirse próximo a lo que signifique
vida. En nuestra forma de agarrar el cigarro, en las copas tras copas de Whisky
(cuestión de estrato etílico), en la formalidad del vestir o en su desfachatez
que ruge en sentimientos de ardid juvenil (mis prendas). Perdidos entre el
tumulto, en ocasiones como si estuviésemos separados del resto, tomo como
analogía una panera, su tapa nos libra del ambiente, de su inclemencia. Nos
sentimos “protegidos” y “ajenos” a la contaminación; tontos, ni siquiera les
importamos. Nos gusta vernos en los looks de ellos, compararlos con el pasado,
hablar de éste como si hubiese sido el mejor: mejor ambiente, mejor música,
mejores charlas (nadie se atreve a hablar de mejores mujeres, siempre son
mejores, se reinventan en toda época).
Es mala costumbre, empacho de interacción, eso es: la comparación. Sin
ella no habría posibilidad alguna de entenderse, de empatarse (sucede en mayor
frecuencia), de delimitarse, verse en los lugares, en los pasillos, en los ojos
de la chica al fondo que te observa e imaginas que fue aquella que no te vio
durante… Forzar las sensaciones y los recuerdos,
darle la elocuencia al espacio, tiempo y forma, hacerle parecer lo que no es.
Es asfixiante, decidimos partir. El pasado a veces se encapsula y en esas
cápsulas venden tragos, esperanza; al menos ves el futuro no en hordas
sudadas, si en minúsculos grupos enfundados en abrigos, en fragancias, en
tintes (castaños, rojos, rubios proliferan) y en cuerpos a los cuales puedes aún
beberles el jugo. El efecto de sentirme en un rotativo juego de atracciones, mi
paseo es lento, observo: parejas, un sujeto con dos mujeres (de chamarra de piel
blanca, roja. En verdad es como estar en el pasado). Busco la posibilidad de que
alguien me cimbre, que también rote, de buena gana que me arrebate lo
“interesante”. La forma del lugar es interesante ¿un trapecio? Una figura
irregular, el paso de los años es así, irregular (que encantadora analogía
arquitectónica). Asientos negros, cómodos, poca luz que permite no ver la
cercanía del otro vista en las mesas rodeadas por un asiento –largo- que se
pega a los muros perpendiculares, la intención de acercarnos, sentirnos
fraternos ¿Por qué los somos? ¿No? ¿Por eso estamos allí? El escándalo es
menor, se puede hablar, seducir –si quieres-
en términos remotos de sofisticación. Hay tiempo para el alarde musical,
regocijo de saber que aquella banda perdió a su primer vocalista pues le
olvidaron en la cajuela del carro mientras su vomito lo arrebató; en cantar
correctamente las melodías mientras el resto sólo mueve la boca; en saber que
esa canción es del soundtrack de tal película, que fue dirigida por tal, que ha
dirigido tales y en que tal año se estrenó (el año de tu primer encuentro
sexual, el año del accidente). No falta el que reconoce la canción de moda –pasajera-
de la ciudad y para su fortuna el dueño del local es el vocalista de aquella
banda que sólo existe en este acotado imaginario (afuera saben de su
existencia, pero es negado, nadie quiere ser integro engrane del pasado, al
menos en estos menesteres). Y llegan los conocidos, los contemporáneos: afortunadamente
el encuentro se limita al cordial saludo de manos (nada de chocarlas, ni hacer
rituales desfiguros, eso sólo se describe no se ejecuta), igual se cuelan las
preguntas-afirmaciones arquetípicas:” ¿Cómo estás?” “Tanto tiempo sin verte”,
oraciones de ese calibre común; la sobremesa de contemporáneos de dos grupos
distintos se distinguen por preguntas como: ¿Y qué has hecho de tu vida?
“¿Casado, hijos?” “¿Dónde trabajas?” “¿Has visto a fulano, a sultanito Pérez?
“, en instantes se vuelve una salvaje competencia en la que saldrán sólo
victoriosos aquellos hacedores, ahora arquitectos de su vida que pueden hablar
a diestra y siniestra (sí, a veces muy siniestra) de lo bien que les ha tratado, ajá, la vida, de lo bien que han quedado con sus antecesores al forjar y
materializar sus sueños (favor de no confundirse, es un sueño compartido, un
sueño frustrado del otro, una expectativa de la vida en promedio occidental, un
fin a veces insípido (un final tiene como regla interna jamás ser parco), en
motivos más sociológicos ¿antropológicos? la consolidación del eje de las
civilizaciones: la familia.
Y entonces recuerdo otra vez mi circunstancia, mi realidad,
mis ganancias, “mi ahora”. Pretendo, pretenden aquí los reunidos darle la
vuelta, verle en otro lente (más cerca, más lejos, borroso, enfermo, “exitoso”, superficial, en el mañana. La lista sería inacabable). El recordatorio no vino de las ideas
en las que estaba más que enclaustrado, vinieron de mis intestinos, viajaron
por mis conductos trepando mi esófago hecho reflujo. Traté de olvidar las
demandas de mi factura, de mi “abuso” en el pasar de los años; las voces de mis
amigos, los videos en cinco, seis pantallas, los Cranberries no se equivocan soy
un zombi y siento que las tripas se me están saliendo y no sé si tendré el
valor para tragármelas. Un puente y un árbol seco son mi salvación; la sal en
mi lengua del cacahuate 47 me hacen ver ese puente no existente en ayeres, este
lugar, este espacio que estuvo atrás, nosotros, los aquí reunidos estuvimos
antes, antes de que nuestros gustos se hicieran nostalgia sin el puente que
ahora cruza la anterior y lo presente. Pero previamente estuvo el árbol seco
sin hojas (no siempre luce así), es testigo avejentado del pasar, del trayecto,
de la llegada y la despedida. La urbanización, la industrialización no le arrasó, no le influyó, parece ser el
mismo; los que hemos cambiado somos todos los que estamos aquí adentro, los que
caminan allí afuera para llegar o irse. Somos perfectos indecisos, perfectos
viajeros de la añoranza. Me animo a seguir bebiendo cerveza y me aferro a mi
locución, a mi lógica “privilegiada” y le pregunto al amigo de a lado que tan
feliz es, responde que no sabe pero que desde hace mucho no ha dejado de ir
domingo a domingo a escuchar las enseñanzas de un sacerdote que da misa cerca
de un campo de fútbol… ¿Te hace feliz? Le pregunté “Sí, me gusta como desdeña el sentido bíblico” responde,
entonces no me quiero quedar atrás y le digo que “ésta bien…” pero que eso sólo
responde el sentido figurado, la clave está en la asombro que siembres en
la gente, en hacerles creer que no saben cosas que por sentido común conocen,
otorgarles cierto encanto (a ellos y a la idea misma). Y entonces yo también
quiero fungir en ese momento de sacerdote, hacer de estos comensales mis
feligreses y comienzo a decir cosas como: "el arte es mainstream, podrías llenar
de respetadas obras tu casa pero qué caso tiene sino te causan nada más que
orgullo de tenerles, orgullo llano de poseer la réplica 1000.02; la filosofía se trastornó,
su tarea continúa pero no se nos presenta en una epifanía, en un desgarre de
sensibilidad , no, se nos hace presente en manuales, en estrategias para
hacerse de todo recurso posible (me aburré escucharme para este momento, no me
importa). Para ser precisos, la superación personal es la vulgarización de la
filosofía occidental, y también la oriental, a esa podemos (vaya que sobrepasa,
me rebasa y a fuerza quería entrar en el sobrentendido) llamarle New Age… y la
religión regresa al sentido mismo de su propósito, porque fíjense que ahora no cumple -solamente- la tarea de arrear únicamente el designio de la existencia (pronto
terminaría gracias a todos los dioses), sino que ahora es –siempre lo ha sido-
una institución por demás remunerable, un cuerno de la abundancia de una res flaca."
Vinieron algunas discrepancias ligeras, un silencio en el no
silencio (es puramente el grito sordo) , vendría la estocada, le reservo. Pagan
y salimos de la cortina de humo, me despido en silencio del árbol, el puente es
aviva certeza de longevidad, allí nos ve a nosotros y verá a otros, por tanto
no tiene caso el despedirme de su presencia ¿Y la estocada? A vuelta de esquina viene el
predicamento, cierre de una noche de invierno madre de los primeros días del
año 13: Mi vida no ha sido mejor, peor, está que me brinca del cuerpo, se me
sale por los ojos y en gritos nada más creo existir. Mi aullido es mi
evidencia, me pone en la disyuntiva del fingir o el no fingir todos los días.