Tú no quieres
volar entre cisnes deseas hacerlo entre cuervos, volando a la idea misma de lo
que explicas y narras como noche. Volar a tu garaje y estacionarte en reversa;
parte de tu plan es meterme a la cajuela, arrancar (me) y volver a subir quemando
neumático. Escuchando tus cintas estupendas, manejas antes de nacer sentada en
forma de niña que va creciendo, yo aquí atrás como un niño envejeciendo a
fuerza de ir.
Escucho que
te detienes, no sé en qué nube o lugar estamos. Tus zapatillas se escuchan
andar, le dices a alguien que traes un hombre en la cajuela, que le cazaste en
una cocina entre una colección de cuchillos y frascos de especieros: “le atrapé
mientras estornudaba”. Escuché risas al terminar tú esa frase. Subiste al auto,
pegaste tres veces con tu puño sobre el tablero, fue tu forma perversa de
saludarme. Escuché la llave girar. Las
rocosas calles que tomaste hicieron que mi cuerpo saltara y pegara repetidas
veces ¿Hasta dónde iríamos? ¿No puedes escucharme? Cómo vas a hacerlo con la
radio tan alta. Fantaseo, juego en la idea de ver amarrase al auto, pierdes el
control y el auto se derrapa, no tiene estabilidad, emprendemos al aire ahora
deliberado; tu zapatilla sale disparada mientras tu cuerpo es jalado por el
cinturón de seguridad. El auto gira. Mis giros son claustrofóbicos, giro en un
espacio pequeño. No puedo ver cómo estás girando pero por los ruidos y los
choques en la lámina sé donde podrías estar golpeándote ¿Te preguntarás
entonces cómo supe lo de la zapatilla? Recuerda cariño que conozco muy bien el
sonido de tus pasos, eso fue fácil. Al final el auto deja de girar.
Parece que
no tengo ninguna fractura, no hay lesión considerable. Contigo las lesiones
siempre deben ser consideradas. La portezuela se abre, comienzas a caminar,
puedo escuchar que tambaleas y que llevas un pie descalzo. El tacón truena los
vidrios sueltos en el asfalto, otros tantos se clavan en la planta de tu pie (parece
que el dolor ya no significa nada para ti). Paras, al fin abres la cajuela. Estás
despeinada, parece que se te cayeron dos dientes y tienes la frente abierta,
aún así sonríes. Me das la mano invitándome a salir, impulsivamente iba ha cederte
la mía, me detengo, mejor te pido que vengas aquí, que entres conmigo, hay suficiente
espacio para los dos; hay que descansar las heridas, hay que dormir. Al final
te convencí, te zafaste la zapatilla y te metiste, te acomodaste, tu cuerpo
cerquita de mí. Podría asegurarte que mis brazos y mis manos se hicieron para
abrazarte, acariciarte, jamás podría hacerte
daño ¿Me escuchas? ¿Contéstame por favor?...
Te lo juro que
no quería golpearte, bueno al menos no tan fuerte… ¿Verdad que estás fingiendo?
¿Verdad que estás dormida? Júrame que mañana iremos al panteón sólo de visita,
en plan de vivos.
Prométemelo.
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