“Hamlet.- Si el sol engendra gusanos en un perro muerto, y
aunque es un dios, alumbra benigno con sus rayos a un cadáver corrupto…”
Hamlet, Shakespeare.
Ayer maté un pulga de mi gata, la muy
cabrona succionaba en desmedida la sangre de mi lindo felino; esto lo venía
haciendo por generaciones, esta pulga falaz que aun tengo atorada en mi uña es
quizá la heredera de la primera pulga que se asentó en el cuerpo de mi mascota.
Hace años de esto, mi gata tiene casi 12 años, longeva lo sé. El baño en la
veterinaria fue inútil inversión.
Hoy un fue día terrible para mí en la
veterinaria, tuve que sacrificar a un cachorro; estuvo durante un mes en la
clínica, desde su nacimiento presentó una insuficiencia cardiovascular. Tuve a
mal engañarme que sobreviviría, que pasadas las semanas le podría intervenir,
bien sabía que el caso estaba perdido, sin embargo me encariñé, me empeciné. Me recordaba a
un perro que tuve en la infancia, como éste, fue pequeño y enfermizo al nacer,
le cuidé mucho. En su caja de zapatos, a escondidas de mi papá, le metía a mi
recamara; si hacia muchos frio me lo llevaba a la cama, aunque luego amanecía
mojado de la espalda. Diez años estuvo con nosotros, el enterarme de donde terminó al morir me llenó de rabia para con mi padre. Se le hizo tan
sencillo meterle en una bolsa de basura, entre las naranjas del juego de la
mañana y los papeles del baño. No se lo perdoné en años, en sí no estoy del
todo seguro de haberlo perdonado… tal vez esa fue una de mis razones de
afianzarme tanto con este pobre animal que hoy sacrifiqué, pero que a
diferencia de mi padre entierro aquí, en el jardín, a un lado de la cochera.
Ojalá mi padre hubiera hecho lo mismo, y de haber sido, acto seguido, que no
hubiera desaparecido, que no se hubiese ido.
Allí mi hijo sepultando otra más de sus
animales, en efecto ese jardín es cementerio de mascotas. Pobre, siempre se
encariña demasiado con sus animales. Pero el único responsable de conducta tan
extraña es su padre, desgraciado hombre. Cómo pudo hacernos tanto daño,
provocarnos tanto dolor. Aquello del perro en la bolsa de basura es mínimo comparado
con el resto de cosas que tuvo a desgracia infligirnos; repetidas ocasiones le
descubrí lastimando a las mascotas de mis hijos, sobre todo las de él, hasta
ahora no entiendo por qué le aborrecía de esa manera, si era su vivo retrato.
Lo peor fue cuando encontré aquellas fotos, las escondía en el viejo horno de
microondas que según algún día repararía, estaban justo en el motor del plato
giratorio, en una bolsita amarilla, fotos de niñas desnudas tocándole, y en
otras posiciones que de sólo recordarles me llevan a querer vomitar, me llevan
a querer enterrarle las uñas en los ojos, me llevan a querer meterle otra vez
el cuchillo en la garganta. Verle allí tirado junto a su amada caja de
herramientas, gimiendo, borboteándole la sangre. Desgraciado. Lo más difícil
fue sacar su cuerpo, y aun más difícil fue cavar ese hoyo en el jardín. Allí es
donde debías descansar, entre animales.
Una hormiga carga una hoja, es una hoja
con tres agujeros, esto no es efecto de muerte celular en la planta, se nota
que fue carcomida por otros insectos, al final fue abandonada y esta afortunada
le encontró. Pasa cerca del zapato del veterinario, éste pega con la pala en la
tierra, dándole firmeza, cubriendo. La hormiga esquiva hábilmente, no suelta la
hoja, prosigue en su andanza. Del lado de la tierra recién movida salta un
arácnido, es repulsivo, verde, mimetizado entre los pastos, es imposible que la
hormiga le vea, le atrapa de la cabeza. La hoja queda abandonada entre la
tierra. La araña avanza rápidamente con su alimento, sala del área verde, trepa
fácilmente un cobertizo, arrastra con destreza el cadáver de la hormiga. Baja
rápidamente del cobertizo, llega a una acera para de inmediato
explotar al ser aplastada por el pie de un sujeto que en ese momento por allí
pasaba. El tipo ahora lleva en la suela de su zapato algunas patas y parte del
abdomen del arácnido.
Ve la hora, voltea en ambas direcciones,
a quien espera parece no llegar. Vuelve a observar su reloj, apenas unos
minutos de la última vez que lo hizo. Decide esperar en otro lugar, en segundos
se arrepiente, el punto de encuentro sería ahí, le dijeron claramente que no
debía moverse por ningún motivo de ese lugar. Decide matar el tiempo
contando los coches que pasan por esa poca transitada calle, se arrepiente de
no haber traído su Game Boy. Un camarada se lo obsequió “para cuando tengas que esperar de más, para cuando tengas que matar el tiempo” le había dicho. Un auto llegó, se paró justo a un costado de él, una voz
le dijo sube. De inmediato la misma voz cambió de parecer “límpiate las suelas,
no quiero que llenes de mierda mi auto”. El sujeto obedeció, en el bordo de la
banqueta dejó una plasta viscosa, entre lo que parecían partes de algún
insecto. Subió y el auto dispuso su marcha, para treinta metros más adelante
detenerse de nuevo; del auto fue arrojado un cuerpo, era el mismo sujeto
que minutos antes limpió las suelas de sus zapatos. Tenía un tiro -limpio- en
la sien, y una nota pegada en la espalda que decía: “Para matar, antes se tiene
que autorizar. Los perros traidores, los verdaderos animales, descansan a la
intemperie”.
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