Cecilia:
Ay Cecilia, ayer me enteré que te fuiste de la ciudad, fue por él, al final te convenció ¿Que quién me lo dijo? Es lo de menos, lo veía venir, lo sentía de ti… Híjole, te acuerdas cuando llegaste a la escuela y todos te hacían el feo porque venías de un colegio privado; yo te defendí mil y un veces. Tu carita me selló desde ese primer día que entraste al salón -cada lugar por donde pasabas me imaginaba a tu lado- Me definiste. Tus ojos me incineraron algún residuo de gusto por los hombres, no hubo belleza más que la de una mujer, la única mujer, mi única niña. Esa fuiste Cecilia. No te preocupes, esto no es una carta suicida, no cometeré una locura; como aquel día que me emborraché en tu casa ¿Recuerdas? Casi me vacío la botella de ron de tus papás. Lo peor de ese día no fue eso, sino cuando tu mamá nos encontró en el closet dándonos nuestro primer beso. Sencillamente inolvidable. No me hablaste en un mes. No puse otro pie en tu casa hasta la navidad del 92. Tu madre no se lo dijo jamás a tu padre, así que fue un secreto entre mujeres; tu mamá permitió nuestra amistad, muy en el fondo y a regañadientes sabía que te amaba, que nadie como yo para cuidar a su hija. Cecilia cómo te extraño, adoración.
Las vacaciones de Valle ¿Te acuerdas? Te escribí un “poema”, andaba en esos rollos góticos muy tronados. Mientras el resto la pasaba en la fogata yo me quedé en una esquina viendo el reflejo de las brasas en tu cara, sentía que si el fuego te alcanzaba no te quemaría. Esa misma noche quería quemar tu piel, entendí no sólo mi amor por ti, entendí mi insaciable deseo en ti. Nunca te pregunté si le llegaste a leer, la dejé entre tu slipping. Si no lo hiciste, ahora sabes más o menos su contenido. Hice cientos de cartas, muchas las recibiste otras tantas no te las di, ahora que las vuelvo a ver me horroriza que las pudieras haber leído; algunas son muy cursis, provocativas, y otras, devastadoras. No me hagas caso, sabes que siempre estuve loca.
Cuando entramos a la universidad algo cambió en ti. La gente no influía más en tus decisiones, no te utilizaba, hiciste tu propia conciencia. Fue mi momento anhelado. Traería también pesares. Esas amistades tuyas, tan raras, ante las cuales me “destapaste”. ¿Sabes? ese día fue muy cruel, tu nueva seguridad, la adoración de esa gente y la intoxicación te hizo decirles a todos, no se me olvidará: “Ésta es mi mejor amiga, que digo amiga, es amor. Es una machorra, sí, y si alguien dice algo le rompo la madre…” Siempre fue evidente mi lesbianismo, las facciones toscas de mi cara y mi espalda de cargador no ayudaban. Sabías que al menos hasta ese momento nadie conocía mis preferencias – y cómo para qué-, ni tú, al menos abiertamente. Y lo hiciste, deliberadamente, no en la condición de darme apoyo, protección, no, sólo fue tu ego; el que fuéramos testigos de tu libertad mental “Tengo una amiga lesbiana, la quiero y qué, soy pluralista”, ja, lo mejor fue interpretarlo así. Como tu madre, muy en el fondo reconocías que nadie te amaría como yo, espero continúe de esa forma. Y mira que lo demostraste ese día. Más intoxicados aun, tus amigos te retaron a que me besaras enfrente de ellos, lo hiciste, me cristalicé. Poco a poco me dejé llevar, los ojos abiertos de asombro al sentir tu boca delgada y húmeda, tu delicada lengua empujando, cerré lentamente los ojos. Floté. Luego en el frenesí te pidieron que me desvistieras, lo hiciste. Comenzaste a succionarme los pezones delicadamente, ni rastros de vergüenza, pena alguna. Era tuya. Despertamos al otro día juntas en uno de los cuartos de las cabañas, fue nuestra primera de muchas noches. Ese día te despertaste tan fría, mientras te cambiabas no dijiste nada, hubo un momento en el que me miraste, sentí ser sólo una conductora. Se consolidaba tu nuevo yo y en mí encontraste el medio. Qué extraña eras, entre más me dolías más te quería. Entre novios, rompimientos y pelas, ocupé siempre mi lugar: tu consuelo, tu oído, tu refugio. No me importaba que no pudiéramos salir a la calle. Muchas veces nos enclaustramos días en tu departamento o en el mío, son parte de mis mejores años, como siempre te decía “Encontraste lo mejor de mí, tú”. No niego los tiempos amargos, aquellos en donde llegabas hecha pedazos debido a que uno de tus estúpidos novios te había hecho daño. Uno de esos idiotas te llegó a enfermar, te alejó meses de mí, no me respondías, te escondías. Hasta aquella noche que llegaste ahogada en llanto, no podías ni hablar, me abrazaste diciéndome que no te soltara nunca, que prometiera que siempre iba a estar. El desgraciado se convirtió en una pesadilla, más tranquila me contaste las varias ocasiones en que te golpeó, de su terror psicológico y control en ti. Algo que me destrozó fue que lo amabas, lo insinuaste. Lo odiaré el tiempo que sea necesario. Ese rompimiento te tuvo nueve meses deprimida, te lo juro Cecilia, no me cansé de secar tus lágrimas y si de algo sirve, sufrí contigo hasta el fondo. No quiero convertir esto en un reproche, sin embargo lloraríamos otro rato. Comenzamos a salir, las noches condicionaste. Íbamos a bares, lugares, quisiera borrar el día que accedí. Seguías en tu altanería extrovertida, eras –eres- muy hermosa, sería difícil que pasases desapercibida. Además bebías excesivamente, te tornabas agresiva y pretenciosa, infinidad de noches te llevé arrastrando. Mientras dormías tu borrachera te contemplaba hasta que el sueño me vencía. Largo tiempo tuvimos esa dinámica. El problema se originó cuando comenzabas a salir tú sola, diciéndome que no te esperara despierta. En el colmo de tu libertad, llegaste muy tarde una noche, venías acompañada. Sentí tu espalda golpeándome en la cama, desperté, unas manos, no las tuyas, comenzaron a tocarme, me paré enseguida de la cama y encendí la luz. Desnuda del torso, mientras la adicta que te acompaña me coqueteaba torpemente, te quise matar. Me maté yo, me largué de la recámara y dormí en la sala. No salieron hasta el medio día. Esto se hizo una dolorosa costumbre. Una tras de otra, y lo peor es que no te las llevabas a tu departamento, las traías aquí. No sé qué pensabas. Sólo a una de tus aventuras me entregué. Me sentí indigna, pero te amaba, te amo demasiado. De esto, un mes más estuviste, ibas sólo por ropa a tu departamento. Parecía una pupila en mi propia casa. Te limitabas a compartir el espacio, comíamos, dormíamos, vivíamos bajo el mismo techo, en un enorme hielo. No me tocabas, y cuando yo quería iniciar algo me hacías a un lado, "que otro día, que tu día fue pésimo..." No hace mucho desperté, me diste una tremenda estocada, dejaste una nota en el buro. Adiós decía. Nada más. Prefiero ahorrarte el contarte cómo la pasé esos días, se convertiría ahora sí, en una carta de infinitos reproches, dolor. A los cinco meses, encontré un recibo -al menos eso pensé primero- debajo de mi puerta, la invitación de tu boda. Te casabas; un día te fuiste, así, y ahora me invitabas a tu boda. Con la frivolidad de un cartón de ésos, tan ilusorio, tan “correcto” y “lindo” (discúlpame otra vez estoy vomitando reproches). No podía creérmelo, sentí tantas cosas, sensaciones a la vez. Siempre despertaba con la esperanza que te comunicarás, de verte regresar ¡Carajo! esperaba una nota debajo de la puerta, ajá, jamás una invitación a tus nupcias. Quemé todo Cecilia, tus fotos, tu ropa, tus estúpidos cuadros, tus figuras, libros, peluches, discúlpame. Todo. Estúpidamente creí que de alguna manera parte de ti en mí se iría en esos objetos, no fue así. Extrañaba cada pieza, cabello tuyo en la almohada, sentí que te me convertías en fantasma. Como ya sabrás no asistí al mal llamado día más importante de tu vida ¿Qué demonios significa esto? En cambio tú significas el espíritu en mí. Y sí, esto se convirtió en un reproche amargo. ¿Por qué me dejaste? ¿Qué sucedió? ¿Y mi princesa? ¿Y el maldito amor? ¿Mi maldita vida?...
Estoy más tranquila, olvida esas estupideces, pero necesitaba decírtelo, escrito al menos. Cecilia, maravillosa Cecilia, necesitaré morir, crecer y llegar de nueva cuenta al momento en que te conocí, es la única manera de ser feliz. Quizá mi grave error fue sentir frenéticamente mi amor, y no detenerme a sentir el tuyo. Espero y en verdad lo digo que aquel con el que compartes afectos te ame al menos un instante como yo. Imposible olvidarte.
Adiós.*El esposo de Cecilia se llevaba la mano al rostro, se notaba demasiado tranquilo, demasiado temple después de esto. Regresaba la carta al sobre, miró a su alrededor percatándose de que nadie lo viese, sacó su encendedor y prendió fuego al sobre."
Las vacaciones de Valle ¿Te acuerdas? Te escribí un “poema”, andaba en esos rollos góticos muy tronados. Mientras el resto la pasaba en la fogata yo me quedé en una esquina viendo el reflejo de las brasas en tu cara, sentía que si el fuego te alcanzaba no te quemaría. Esa misma noche quería quemar tu piel, entendí no sólo mi amor por ti, entendí mi insaciable deseo en ti. Nunca te pregunté si le llegaste a leer, la dejé entre tu slipping. Si no lo hiciste, ahora sabes más o menos su contenido. Hice cientos de cartas, muchas las recibiste otras tantas no te las di, ahora que las vuelvo a ver me horroriza que las pudieras haber leído; algunas son muy cursis, provocativas, y otras, devastadoras. No me hagas caso, sabes que siempre estuve loca.
Cuando entramos a la universidad algo cambió en ti. La gente no influía más en tus decisiones, no te utilizaba, hiciste tu propia conciencia. Fue mi momento anhelado. Traería también pesares. Esas amistades tuyas, tan raras, ante las cuales me “destapaste”. ¿Sabes? ese día fue muy cruel, tu nueva seguridad, la adoración de esa gente y la intoxicación te hizo decirles a todos, no se me olvidará: “Ésta es mi mejor amiga, que digo amiga, es amor. Es una machorra, sí, y si alguien dice algo le rompo la madre…” Siempre fue evidente mi lesbianismo, las facciones toscas de mi cara y mi espalda de cargador no ayudaban. Sabías que al menos hasta ese momento nadie conocía mis preferencias – y cómo para qué-, ni tú, al menos abiertamente. Y lo hiciste, deliberadamente, no en la condición de darme apoyo, protección, no, sólo fue tu ego; el que fuéramos testigos de tu libertad mental “Tengo una amiga lesbiana, la quiero y qué, soy pluralista”, ja, lo mejor fue interpretarlo así. Como tu madre, muy en el fondo reconocías que nadie te amaría como yo, espero continúe de esa forma. Y mira que lo demostraste ese día. Más intoxicados aun, tus amigos te retaron a que me besaras enfrente de ellos, lo hiciste, me cristalicé. Poco a poco me dejé llevar, los ojos abiertos de asombro al sentir tu boca delgada y húmeda, tu delicada lengua empujando, cerré lentamente los ojos. Floté. Luego en el frenesí te pidieron que me desvistieras, lo hiciste. Comenzaste a succionarme los pezones delicadamente, ni rastros de vergüenza, pena alguna. Era tuya. Despertamos al otro día juntas en uno de los cuartos de las cabañas, fue nuestra primera de muchas noches. Ese día te despertaste tan fría, mientras te cambiabas no dijiste nada, hubo un momento en el que me miraste, sentí ser sólo una conductora. Se consolidaba tu nuevo yo y en mí encontraste el medio. Qué extraña eras, entre más me dolías más te quería. Entre novios, rompimientos y pelas, ocupé siempre mi lugar: tu consuelo, tu oído, tu refugio. No me importaba que no pudiéramos salir a la calle. Muchas veces nos enclaustramos días en tu departamento o en el mío, son parte de mis mejores años, como siempre te decía “Encontraste lo mejor de mí, tú”. No niego los tiempos amargos, aquellos en donde llegabas hecha pedazos debido a que uno de tus estúpidos novios te había hecho daño. Uno de esos idiotas te llegó a enfermar, te alejó meses de mí, no me respondías, te escondías. Hasta aquella noche que llegaste ahogada en llanto, no podías ni hablar, me abrazaste diciéndome que no te soltara nunca, que prometiera que siempre iba a estar. El desgraciado se convirtió en una pesadilla, más tranquila me contaste las varias ocasiones en que te golpeó, de su terror psicológico y control en ti. Algo que me destrozó fue que lo amabas, lo insinuaste. Lo odiaré el tiempo que sea necesario. Ese rompimiento te tuvo nueve meses deprimida, te lo juro Cecilia, no me cansé de secar tus lágrimas y si de algo sirve, sufrí contigo hasta el fondo. No quiero convertir esto en un reproche, sin embargo lloraríamos otro rato. Comenzamos a salir, las noches condicionaste. Íbamos a bares, lugares, quisiera borrar el día que accedí. Seguías en tu altanería extrovertida, eras –eres- muy hermosa, sería difícil que pasases desapercibida. Además bebías excesivamente, te tornabas agresiva y pretenciosa, infinidad de noches te llevé arrastrando. Mientras dormías tu borrachera te contemplaba hasta que el sueño me vencía. Largo tiempo tuvimos esa dinámica. El problema se originó cuando comenzabas a salir tú sola, diciéndome que no te esperara despierta. En el colmo de tu libertad, llegaste muy tarde una noche, venías acompañada. Sentí tu espalda golpeándome en la cama, desperté, unas manos, no las tuyas, comenzaron a tocarme, me paré enseguida de la cama y encendí la luz. Desnuda del torso, mientras la adicta que te acompaña me coqueteaba torpemente, te quise matar. Me maté yo, me largué de la recámara y dormí en la sala. No salieron hasta el medio día. Esto se hizo una dolorosa costumbre. Una tras de otra, y lo peor es que no te las llevabas a tu departamento, las traías aquí. No sé qué pensabas. Sólo a una de tus aventuras me entregué. Me sentí indigna, pero te amaba, te amo demasiado. De esto, un mes más estuviste, ibas sólo por ropa a tu departamento. Parecía una pupila en mi propia casa. Te limitabas a compartir el espacio, comíamos, dormíamos, vivíamos bajo el mismo techo, en un enorme hielo. No me tocabas, y cuando yo quería iniciar algo me hacías a un lado, "que otro día, que tu día fue pésimo..." No hace mucho desperté, me diste una tremenda estocada, dejaste una nota en el buro. Adiós decía. Nada más. Prefiero ahorrarte el contarte cómo la pasé esos días, se convertiría ahora sí, en una carta de infinitos reproches, dolor. A los cinco meses, encontré un recibo -al menos eso pensé primero- debajo de mi puerta, la invitación de tu boda. Te casabas; un día te fuiste, así, y ahora me invitabas a tu boda. Con la frivolidad de un cartón de ésos, tan ilusorio, tan “correcto” y “lindo” (discúlpame otra vez estoy vomitando reproches). No podía creérmelo, sentí tantas cosas, sensaciones a la vez. Siempre despertaba con la esperanza que te comunicarás, de verte regresar ¡Carajo! esperaba una nota debajo de la puerta, ajá, jamás una invitación a tus nupcias. Quemé todo Cecilia, tus fotos, tu ropa, tus estúpidos cuadros, tus figuras, libros, peluches, discúlpame. Todo. Estúpidamente creí que de alguna manera parte de ti en mí se iría en esos objetos, no fue así. Extrañaba cada pieza, cabello tuyo en la almohada, sentí que te me convertías en fantasma. Como ya sabrás no asistí al mal llamado día más importante de tu vida ¿Qué demonios significa esto? En cambio tú significas el espíritu en mí. Y sí, esto se convirtió en un reproche amargo. ¿Por qué me dejaste? ¿Qué sucedió? ¿Y mi princesa? ¿Y el maldito amor? ¿Mi maldita vida?...
Estoy más tranquila, olvida esas estupideces, pero necesitaba decírtelo, escrito al menos. Cecilia, maravillosa Cecilia, necesitaré morir, crecer y llegar de nueva cuenta al momento en que te conocí, es la única manera de ser feliz. Quizá mi grave error fue sentir frenéticamente mi amor, y no detenerme a sentir el tuyo. Espero y en verdad lo digo que aquel con el que compartes afectos te ame al menos un instante como yo. Imposible olvidarte.
Adiós.*El esposo de Cecilia se llevaba la mano al rostro, se notaba demasiado tranquilo, demasiado temple después de esto. Regresaba la carta al sobre, miró a su alrededor percatándose de que nadie lo viese, sacó su encendedor y prendió fuego al sobre."
Uffff, excelentísimo, Reinito "tu muy bien"!
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