Esta información se encontró en al Archivo general. No en sus fichas, ni en los documentos húmedos bien alineados de los grandes y enormes pasillos; se le halló en medio de una revista pornográfica del velador de ese edificio. Por cierto, ese recinto mucho tiempo fungió como cine porno de la ciudad. Ahora, tiene menos afluencia que en aquellos ayeres… ¿Quién vista el Archivo general? ¿A quién le interesa el pasado? Sólo a los neuróticos domesticados. Estos cuestionamientos tuvieron su respuesta. Una respuesta tajante y general de ello. Aquello es el contenido de esta carta redactada en máquina de escribir, fechada, imposible de distinguir, el papel está estropeado –sospechosamente- en dos zonas: la parte que indicaba la fecha su realización, y en el área en donde se supone estar el nombre de quién le redactó.El velador jamás llegó a mencionar el cómo dio con dichos papeles. Les guardaba celosamente entre sus páginas de placer. Le gustaba jugar con el hecho de saberse dueño de un documento tan valioso, mayor que cualquiera de los albergados en el Archivo; y cualquier otro archivo de cualquier otra parte. Era un testimonial “moral” de quienes les gobernaban, una realidad objetiva, quizá fuerte, despreciable, abrumadora y triste, pero al final sincera. Quién puede tener certeza de tener la verdad, de saberla al menos. En esos instantes, entre las curvas pronunciadas de una latina MILF él la tenía. La carta decía esencialmente esto:
“Hoy decidimos reunirnos, después de mucho tiempo lo hicimos; nuestras vidas se habían vuelto una tremenda incógnita para nuestras familias, una leyenda urbana para la sociedad y un fantasma para nuestras propias personas. Necesitábamos sabernos vivos, saber qué existíamos, alejarnos de nuestras creaciones. Comenzaba aquella charla de varios extraños -de anteojos, de cabezas sin cabello, con bufandas en cuellos cansados de mujeres en pleno abril, en manos con las uñas carcomidas, de olor a velas, de divorciados, abandonados…- con una palabra que todos odiábamos y la vez éramos, en medio de una nube negra de humo sobre la mesa en la que compartíamos, alguien dijo: trabajo. El nuestro era sumamente remunerado, podría atreverme a decir que esta paga no podría igualarse jamás con cualquier de los empleos comunes y corrientes. Podías vivir despreocupado, desahogadamente por muchos años, el grave inconveniente recaía en el disfrute de esas ganancias, y de lo más preciado, el tiempo, tu definición del tiempo. ¿En qué definición podrías vivir? ¿Realmente la tuya? ¿O en la vida de otros? ¿Gastarles o disfrutarles? Imposible, estábamos “condenados” a una perpetúa compañía, dependencia, simbiosis de un jefe, un dirigente. Al aceptar este trabajo renunciabas a la totalidad de lo que significa tu vida. Al paso del tiempo la gente se olvidaba de ti, y tú te olvidas de ellos. Nuestras vidas se centraban en ser un frasco, un gran recipiente sin fondo, una lámpara maravillosa que resuelve los conflictos jamás imaginados; te convertías en un costurero que remendaba espíritus demasiado corrompidos. Llenos de culpas, miedos, soberbia, egolatría, de traumas. Inseguros, truhanes, sádicos en su mayoría eran… Aquella alusiva palabra al progreso, al crecimiento, a lo que sustenta las motivaciones del hombre libres de yugos vánales no nos llevaron a esas disgregaciones, en cambio la palabra trabajo puso en nuestras mentes mojadas de café, té o algún ron las preguntas que saldrían entre el humo, bocanadas llenas de asombro y a veces en un tono –irónico- sabedor de las respuestas “¿Y cómo lo afrontó? ¿Dejó de beber de esa manera? ¿Cómo corrigió su pronunciación? ¿La gente lo amaba o le temía? ¿Es supersticioso? ¿Eran sus preferencias? ¿Llegaron a algún acuerdo con los medios…? Nos llevaron a recordarles, escucharles, analizarles, como tantas otras veces lo hicimos; ver en el fondo de un solo hombre uno de los muchos orígenes de nuestra miseria como sociedad. Construíamos maniquís sin vida, sin ideas, perfectos productos. Levantamos panoramas de lo que creíamos era lo correcto, dejando su dirección en las manos de brutales acomplejados con delirios de grandeza. Representando nuestra circunstancia primitiva, lo más deshumanizada posible, autodestructiva. Pulimos y eximimos peligrosos psicópatas en un mundo donde la neurosis ha sido socialmente digerida, vivida. Otras veces desarrollándoles guiones de cómo tenían que parecer personas gratas, aceptadas, adoradas, idolatradas.
El astrólogo contaba a los reunidos de aquel día en cómo hizo ganar a un gobernador dos veces la lotería; era tan absurdo, tan fuera de lo común. Además aquel hecho a muchos de los allí congregados le considerábamos en su momento, algo planeado, intencionado, de un forma hasta cierto punto cínica. El detalle, contaba el viejo calvo de diversos dijes colgándole del cuello, era precisamente causar esos dos efectos, tan sólo nos corrigió en un punto: “la función está en la magia, en los astros, y sobre todo en una palabra que la sociedad admira y desea compulsivamente del otro: la suerte. Nadie quiere un gobernante inteligente, elocuente, incorruptible, la gente está deseosa de las figuras afortunadas, amadas, de las cuales parece su vida no les ha dado la espalda; la fortuna, cumple entonces el papel de un placebo comunitario, lo mismo puede ser entendida la religión, la afiliación y otros compensatorios. Jaque mate.”- Cerró así su participación aquella noche el calvo astrólogo.Inmediato finalizó, nadie quiso quedarse atrás, todos tuvimos el ánimo de al menos hablar de una de nuestras sagacidades en aquellos menesteres, demostrar –alardear- nuestra capacidad en resolver –y engañar (nos)- de cómo salvamos el día siendo sombra de un puñado de pelafustanes.
Fue el turno del terapeuta de un ex presidente. Llevar en los hombres la psique de un gobernante de esta envergadura exigía al menos un sexenio de vacaciones para volver a ejercer tal actividad de nueva cuenta. La contención se pensaba inimaginable, se hacía evidente en los dedos mordisqueados de aquel sujeto que nos remembró cuando el ex mandatario, tres días antes de finalizar su mandato le mandó a traer. –Sabe, no puedo creer que a tres días de finalizar el sexenio la gente me perciba como el genocida más grande del país, el más autoritario, aún adelante de Díaz, de Huerta, Echeverría, del mismo Ordaz. Aquellos no tenían noción, visión, incluyo también a los que me anteceden, rojos en su mayoría. Lo mío fue la decisión que ninguno había tomado. Los miles de sacrificios no fueron en vano, ¡Qué desagradecidos! les dejo un país que se ha jactado de tener mucho de algo que yo les regresé, Güevos. Soy el presidente, y seré el presidente que pase a la historia del país por ser quien tomó las decisiones que nadie se había atrevido a tomar, luchar contra aquellos verdaderos asesinos, darle seguridad a esta chingada tierra. Eso me hace el hombre más orgulloso…- Nos cuenta el terapeuta que después de haber dicho aquello el ex presidente se sirvió en un vaso con dos hielos bebida hasta derramar el contenido; la mano con lo que se sirvió no le dejaba de temblar, mientras se engullía el líquido de centeno hasta el fondo.
A continuación nos contó que confrontó al ex mandatario eufórico, preguntándole tres circunstancias de su aseveración. –Señor Presidente, ¿En verdad considera qué hizo lo correcto? ¿Fue su cometido, no influyeron los intereses de otros, que al final a usted también le convinieron? Y lo que quisiera me respondiera, si gusta, dejando a un lado las otras preguntas ¿Se siente usted sucio, culpable de algo durante su mandato?
El todavía Presidente, nos dijo el terapeuta, se levantó, tomó el vaso y lo llenó de nueva cuenta hasta el tope, arrojó su contenido sobre su rostro para después decirle: -Sabe, es muy bueno en su trabajo, tan es así, que al principio de esta odisea siempre busqué un pretexto con mis asesores para desechar su orientación. Casi seis años después lo entiendo, me hubiera vuelto loco de llevarme tanta sangre en las manos, tanta mentira en los pensamientos. Pero su “oportuna ayuda”, su oportuno “espejo” me hizo entenderme no como monstruo desalmado, sino como un monstruo racional. Sin mi monstruosidad señor terapeuta, esto, señalaba una bandera que se encontraba en el estudio, no pasaría al otro nivel. Ya no es mi tarea, yo comencé a hacerla, que el que me siga ojalá pueda continuarla. Los sacrificios son justificados, perdonados. Espero no volver a verlo, con permiso.
Todos quisimos decir algo, al final nada salió. Es verdad, no sentíamos desesperanzados. La asesora de imagen intentó dar un vuelco a lo recién comentado. Mofó durante el resto de la noche de sus “clientes”. De la insistencia de llevar botas a los eventos que por etiqueta –y sentido común- se entendía imposible realizarlo. De la seguridad de un sujeto que se fincaba en la gravedad de su peinado en noches completas en sets urbanos; de cómo el mismo individuo no sentía desventaja de ser un ignorante, le dijo en un ocasión al equipo de imagen “el pueblo ignorante merece un líder ignorante, pero que diste de su peor ángulo, su pobreza y su fealdad, ése señores, soy yo…” Nos volvimos a entristecer. Intentamos hablar de otra cosa, nuestros gustos, pasatiempos, de nuestras familias, el caso fue imposible. Uno a uno comenzamos a despedirnos fríamente. No salimos juntos del café, por temor a ser vistos por la guardia presidencial, los escoltas de un gobernante o un incondicional en turno.
Iba a subir al taxi –Escribe sobre esto. Seguro te sentirás mejor, estás autorizado, tu signo está en ascendente- Me gritó el astrólogo al salir del café mientras sonreía. Y es lo que hice ¿Que quién era yo?, El guía.”